FERNANDO SORRENTINO
Una
confusión gratuita
Con
alguna frecuencia se oye decir y —lo que es aún peor — se ve
escrito que “a Borges no le gustaba el Martín Fierro”. Es
probable que quienes emiten este juicio no hayan prestado a las
palabras de Borges la atención que siempre merece el mayúsculo
escritor: es decir, la atención total. También es posible que,
acaso por espíritu hedónico, le atribuyan a Borges las palabras que
a ellos les agradaría oír.
Es
necesario distinguir cuidadosamente entre las reservas que Borges
tiene hacia el personaje Martín Fierro y la devoción que siente
hacia la obra literaria Martín Fierro. Con ligereza (tal vez
deliberada) se confunden ambos conceptos, y no hay ninguna razón
para que esto ocurra. Trataré de ver cómo se origina y se
desarrolla esta confusión.
Macedonio
Fernández, mentor del joven Borges
Nadie
ignora el fervor que por Macedonio Fernández experimentó siempre
Jorge Luis Borges, tanto en vida de aquél como después de su
muerte, ocurrida en 1952.
Macedonio, nacido en 1874, tenía, por
lo tanto, la misma edad de Lugones; era un hombre ya maduro, de
alrededor de cincuenta años, en la época en que Borges, joven
veinteañero de ilimitada pasión poética y metafísica (que no
perdería jamás), acudía, fascinado, a escuchar la palabra de aquel
mágico personaje situado fuera del mundo y de su vulgar realidad.
Sin
duda, la prosa enmarañada y tropezada en que solía perderse
Macedonio no pudo ejercer ningún influjo sobre la cristalina
perfección de la escritura borgeana. Sí, en cambio, tuvieron que
conmoverlo las ideas y los juegos conceptuales a que era tan afecto
su admirado conversador. Construcciones mentales como “Soy tan
distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me
había quedado en casa” (Macedonio, “Correo casero de
Recienvenido”, en una carta a Borges) son de la misma estirpe de
“sus detractores [...] juraban que nunca había pisado la China y
que en los templos de ese país había blasfemado de Alá” (Borges,
“La busca de Averroes”). Sería fácil, pero innecesario, aportar
otros ejemplos.
Lo
cierto es que a Borges lo seducían, sobre todas las cosas, la
inteligencia y los productos que derivan de ella: el ingenio, el
humor, el punto de vista sorprendente, la creación de inesperadas
asociaciones de ideas en apariencia incompatibles, la rapidez mental,
la paradoja, la polisemia, etcétera. Y Macedonio, que poseía en
altísimo grado el don de la inteligencia, sustentaba en aquella
época, entre tantos otros, un juicio que, acaso, él dejó caer como
al pasar, sin darle ninguna importancia. Pero que Borges, de avidez
insaciable, asimiló, hizo suyo y, de acuerdo con su proverbial
costumbre, desarrolló, afinó y pulió hasta el extremo de
presentarlo como una suerte de verdad inconcusa: la mala índole
psicológica, el mal ejemplo ético, del personaje Martín Fierro.
Transcurridos
nueve o diez lustros de aquellos diálogos, aún recordaba Borges:
[…]
cuando alguien le habló [a Macedonio Fernández] del Martín Fierro,
dijo: “Salí de ahi con ese calabrés rencoroso”.1 Pero eso
corresponde también a una época en que se veía el Martín Fierro
como una compadrada […].2
(No
sería extraño que ese alguien aludido en el pronombre indefinido
haya sido el propio Borges, a quien con toda seguridad le interesaría
sobremanera — ¿cómo no iba a interesarle? — conocer la opinión
de un hombre que él veneraba sobre una obra que lo impresionaba al
máximo.)
Aquí
está ya la idea que Borges no olvidó jamás: Martín Fierro visto,
no como héroe o como persona éticamente admirable, sino como un
individuo rencoroso, quejoso, vengativo, que siente lástima de sí
mismo, etcétera, etcétera:
[…]
creo que, si hubiéramos resuelto que nuestra obra clásica fuera el
Facundo, nuestra historia habría sido distinta. Creo que, razones
literarias aparte, es una lástima que hayamos elegido el Martín
Fierro como obra representativa. Porque ella no pudo haber ejercido
una buena influencia sobre el país. […] pensemos en lo triste de
que nuestro héroe sea un desertor, un prófugo, un asesino y una
especie de forajido sentimental además, que, sin duda, no existió
nunca. Porque yo pienso que esa gente tuvo que haber sido mucho más
dura que Martín Fierro. […] no era gente que pidiera lástima,
como pide Martín Fierro. Creo que, aunque Martín Fierro fue escrito
en 1872, se adelanta ya de algún modo a las peores blanduras
argentinas y al peor sentimentalismo argentino.3
¿No
es éste el desarrollo borgeano de la idea del siciliano vengativo o
del calabrés rencoroso de Macedonio Fernández? Claro que Borges,
cuyo cerebro habitualmente va más allá que el de la mayoría de los
mortales, amplía esta visión presentando a Martín Fierro como
ejemplo moral negativo para la nación argentina.4
El
falible hombre Martín Fierro y el admirable y admirado poema Martín
Fierro
Pero
—muy importante— nótese que, en ningún momento, Borges alude a
algún demérito literario de la obra: en todos los casos, se está
refiriendo a los atributos morales del personaje, jamás a las
cualidades estéticas del poema. Más aún, y por si cupiese alguna
duda, prestemos atención a la frase razones literarias aparte: en
tal contexto, sólo puede significar: “Desde el punto de vista
estrictamente literario, el Martín Fierro es más importante que el
Facundo, pero...”.
Hacia
el final de El “Martín Fierro”,5 Borges se ocupa de la
controversia que el poema ha desencadenado entre los críticos:
En
el capítulo anterior he recopilado algunos juicios críticos. Una
simplificación simbólica podría reducirlos a dos: el de Lugones,
para quien el Martín Fierro es una epopeya de los orígenes
argentinos; el de Calixto Oyuela, para quien el poema sólo registra
un caso individual. “Justiciero y libertador” es la definición
del protagonista que ha estampado Lugones; “hombre con visible
declinación hacia el tipo moreiresco de gaucho malo, agresivo, matón
y peleador con la policía”, la que Oyuela prefiere. ¿Cómo
resolver el debate?
[...]
En la controversia que acabo de resumir, se confunde la virtud
estética del poema con la virtud moral del protagonista, y se quiere
que aquélla dependa de ésta. Disipada esa confusión, el debate se
aclara.
Palabras
de Borges: se confunde la virtud estética del poema con la virtud
moral del protagonista. Que esta última no goza de su aprobación ya
lo ha expresado con todas las letras.
Entonces,
cabe la pregunta que constituye el siguiente subtítulo:
¿Es
verdad que a Borges no le gustaba la obra literaria Martín Fierro?
Salvo
los casos patológicos que suelen agruparse bajo el común
denominador de masoquistas, en general los seres humanos tendemos a
eludir los elementos desagradables y a dejarnos atraer por las cosas
que nos proporcionan placer, y a acudir a ellas una y otra vez, y a
recordarlas y a recrearlas en nuestros pensamientos y en nuestras
conversaciones.
Conocemos
el amor con que Borges vuelve una y otra vez a sus afectos: el barrio
sur, Ginebra, Chesterton, los cuchillos, los espejos, los
laberintos...
...el
Martín Fierro.
En
efecto, Borges ha vuelto una y otra vez al Martín Fierro:
1)
“La poesía gauchesca”, en Discusión (1932), dedica su larga
parte final a analizar el Martín Fierro. Las ideas son básicamente
las mismas que expondrá más tarde en el ya citado El “Martín
Fierro” y en el libro del siguiente ítem.
2)
En 1955, junto con Adolfo Bioy Casares, preparó los dos volúmenes
(edición, prólogo, notas y glosario) de Poesía gauchesca (México,
Fondo de Cultura Económica, 1955), donde, naturalmente, se incluye
el Martín Fierro.
3)
En El hacedor (1960) tenemos la prosa breve “Martín Fierro”, que
concluye así: “[...] en una pieza de hotel, hacia mil ochocientos
sesenta y tantos, un hombre soñó una pelea. Un gaucho alza a un
moreno con el cuchillo, lo tira como un saco de huesos, lo ve
agonizar y morir, se agacha para limpiar el acero, desata su caballo
y monta despacio,6 para que no piensen que huye. Esto que fue una vez
vuelve a ser, infinitamente; [...] el sueño de uno es parte de la
memoria de todos”.
4)
El cuento “El fin”7 (Ficciones, 1944) es, como se sabe, “el
fin” posible de la pelea de Martín Fierro con el Moreno, que en su
momento impidieron las personas presentes en la pulpería. Una vez
más Borges —complacido y feliz— repite la secuencia de
Hernández: “Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió
a las casas con lentitud, sin mirar para atrás”.
5)
En la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)” (El Aleph,
1949) hay un pasaje en extremo significativo: “La aventura consta
en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser
todo para todos (I Corintos 9:22), pues es capaz de casi inagotables
repeticiones, versiones, perversiones”. Superfluo es consignar que
ese libro insigne no es otro que el Martín Fierro.
Final
Creo
que acabamos de ver pruebas más que contundentes sobre la devoción
y la admiración que Borges sentía hacia el Martín Fierro como obra
literaria, y vimos también que su oposición sólo se limitaba al
carácter moral del protagonista.
Que
sea ahora el mismo Borges quien, con sus precisas palabras, ponga fin
a este trabajo:
Expresar
hombres que las futuras generaciones no querrán olvidar es uno de
los fines del arte; José Hernández lo ha logrado con plenitud.8
Notas
1.
Cambiando de gentilicio y de adjetivo, pero no de idea, ya en 1953
Borges había escrito: “Martín Fierro es [...], como dijo
festivamente Macedonio Fernández, un siciliano vengativo” (El
“Martín Fierro”, Buenos Aires, Columba, 1953, pág. 75).
2.
En mi libro Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (Buenos Aires,
El Ateneo, 1996, pág. 37).
3.
Ídem, págs. 215-216.
4.
Relacionada con esta idea se halla la siguiente: “A veces, he
creído que Goethe es una superstición alemana y he pensado también
que las naciones eligen clásicos como una suerte de contraveneno,
como un modo de corregir sus defectos. Creo que precisamente la
indiferencia patriótica de Goethe, el hecho de que él fuera a
saludar a Napoleón, el hecho de que creyera —muy erróneamente, a
mi entender— que la lengua alemana es el peor material para la
poesía: todo esto puede servir para contrarrestar cierta propensión
alemana a exaltarse” (Ídem, pág. 234).
5.
Aunque el libro declara “con la colaboración de Margarita
Guerrero”, la inconfundible prosa y el uso de la primera persona
hacen difícil imaginar que en su redacción haya intervenido otra
mano que la de Borges.
6.
Hernández había dicho: “Limpié el facón en los pastos, / desaté
mi redomón, / monté despacio y salí / al tranco pa el cañadón”
(I, vii).
7.
En el “Prólogo” de Artificios (1944), Borges incluye el
siguiente comentario: “Fuera de un personaje —Recabarren—, cuya
inmovilidad y pasividad sirven de contraste, nada o casi nada es
invención mía en el decurso breve del último [se refiere a “El
fin”]; todo lo que hay en él está implícito en un libro famoso y
yo he sido el primero en desentrañarlo o, por lo menos, en
declararlo”.
8.
El “Martín Fierro”, pág. 76.
Este
artículo se publicó por primera vez, algo abreviado, en el diario
La Nación, Buenos Aires, 5 de noviembre de 2000.
FERNANDO
SORRENTINO: Nació
en Buenos Aires, en 1942. Profesor en Letras, posee en su currículum
compilaciones antológicas, ediciones anotadas de clásicos,
inclusiones en antologías, en español y otras lenguas, y
colaboraciones en diarios y revistas. Es autor de seis libros de
cuentos, dentro de los cuales son de destacar Imperios
y servidumbres, En defensa propia
y
El
rigor de lasdesdichas;
de
una novela, Sanitarios
centenarios;
de
una ‘nouvelle’, Costumbres
de los muertos,
y de una decena de obras para niños y adolescentes, la última El
Viejo que Todo lo Sabe.
Publicó
también dos libros de entrevistas, Siete
conversaciones con Jorge Luis Borges y
Siete
conversaciones con Adolfo Bioy Casares.
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