
Conejillos de Indias
Por Juan Cameron
Muchas
veces, quienes trabajamos con imágenes e instrumentos sociales,
observamos el mundo sin poder comprenderlo. E incapaces de explicarnos
este fenómeno, intuimos que nuestro país ha sido tomado como una especie
de laboratorio de algo que está más allá de nuestro alcance, con aires
de la más pura modernidad; pero muy feo en todo caso.
Una breve
relectura de Noam Chomsky, Jürgen Habermas o Fredrik Jameson, entre
otros intelectuales contemporáneos, nos dará luces al respecto. No es
tan difícil acceder a ese conocimiento. Basta con desembarcarse un rato
de la estupidez televisada, del más tonto y fatalista foot-ball
nacional, y recurrir al viejo truco del libro. A estas alturas, en
verdad, cualquier vademécum nos explica la vida y obra de los pensadores
en vigencia, sus posiciones analíticas y el cómo anda la filosofía en
boga. Una y otra vez nos indicarán que el actual estado de nuestra
civilización se llama posmodernismo y que el mentado posmodernismo no es
sino la justificación ideológica del colonialismo.
Cualquier
chileno de de clase media emergente o en vías de proletarizarse -tal es
el verdadero conejillo de Indias- es cultísimo en la materia. Porque se
expresa dentro de las principales marcas que las sospechas de los
estudiosos nos indican: colectivismo fascista, superficialidad de imagen
y agotamiento inmediato en el acto. El “chileno medio”, ese espectro
diseñado por los genios de la TV, es el modelo preciso.
Este sujeto,
de cotidiano habla o escribe (cuando escribe) de la profunda
superficialidad en la que flota, de su imagen –ojalá mediática- y de un
exceso capaz de ser consumido en un presente fulminante conocido como
“evento”. En buenos términos, la mayoría de nuestros insoportables
connacionales está contaminado por la tontera generalizada.
Y en
este quemarse como mariposa en torno al fuego del capitalismo, los
adolescentes y otros jóvenes menores de treinta, adquieren signos
larvarios o de gusanos de seda enunciándonos la desaparición del
individuo en un solo estilo y género. Varios de nuestros poetas más
jóvenes adoptan esa actitud nefanda y parecen estar, definitivamente,
enfermos de buena parte. Y de pronto descubren -Oh, milagro!- el sexo,
le cantan al orgasmo y el ombligo del mundo lo sitúan en su propio
ombligo.
Otros, académicos ya, repiten la gastada prosapia de la
deconstrucción y, es claro, a tal paso pronto militarán en la crítica
feminista y neocolonialista; cuando las descubran, se entiende. De
seguro el desconfiado lector habrá leído alguna columna de arte
justificando una instalación y su imagen reflejada o repetida en la
pared de enfrente. Haber más sirve para todo. O se percatará, tal vez,
que más de algún maestro confunde la diferencia de Jacques Derridá con
la polisemia. ¡Gajes del oficio!
Un punto significativo en estas
observaciones es el fetichismo de la imagen y la celebración del exceso.
Muchos estudiantes secundarios poseen teléfonos celulares y suelen
utilizarlos en su función de videos para captar y distribuir escenas de
violencia, trátese ya de golpizas, ataques arteros, instalación de
bombas caseras y otros. La tecnología les permite instalar estas
ocasionales tomas en un sistema de distribución pública, supliendo de
paso la tarea del ya alicaído y triste periodismo. Uno de estos sistemas
es el conocido YouTube. Es de suponer que, dada la facilidad de acceso
puede generarse, casi de inmediato, una fuerte fiscalización; está por
verse. La pornografía de la imagen, una vez más, da paso a lo eventual
en lugar de lo permanente, la imagen por lo sustancial, la
superficialidad por lo axiológico. Los valores -y gracias a los aparatos
ideológicos del Estado- quedan relegados a la integridad genital.
Este
sistema, ya instalado entre nosotros, nos convierte en conejillos de
Indias del aparato colonialista. Somos esos indiecitos buenos que
sabemos comportarnos frente a la modernidad tecnológica; ejemplo para
los demás países del continente. Y respecto al arte, hemos eliminado
toda distancia crítica para ponerlo al servicio de la dominación y la
desculturización. Todo vale.
Editor
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