
IMAGEN Y ESPECTÁCULO
Por Guillermo Rivera
1.
Observo, en el periódico, la foto de Anacleto Angelini. Delante de una
estantería con gruesos y empastados tomos de historia y jurisprudencia
aparece de pie con un libro abierto en sus manos como queriendo
compartir con nosotros el brillo de algo. Viste un terno azul, camisa
blanca, corbata también azul con listas de color gris perla. Su rostro
de setenta años o más parece saludable bajo una mirada comprensiva y
aguda. Se trata de uno de los magnates de Chile, del grupo de los
hombres poderosos, quien ha hecho una de las fortunas más grandes de
este país.
La fotografía, sin embargo, es de duelo. Y por lo mismo,
ese aspecto estudiado, ese bajo perfil, esa austeridad que se corona en
el valor de la palabra empeñada y la defensa de la propiedad privada y
el orden público.
2. ¿Quién puede creer esto? ¿Quién puede creer
que bajo ese aspecto estudiado de la imagen hay un hombre afable
interesado en el bienestar del país? ¿Qué es lo que nos oculta esa
fotografía y de qué intenta persuadirnos? Recordemos que ya en la
Ámsterdam de Rembrandt, el millonario Elías Tripp se veía a sí mismo
como pilar de la sociedad protestante: un traficante de armas chapado a
la antigua que cada domingo asistía a la iglesia a escuchar predicas.
3.
Sabemos que en la sociedad del espectáculo el mundo sensible se
encuentra reemplazado por una selección de imágenes que existe por
encima de él. Del mismo modo sabemos que Santiago se ha convertido en
una ciudad de corporaciones, en un panal de abejas del capitalismo,
regido no desde palacios o fundos, sino desde salas de directorios. Lo
cual a la pregunta sobre que es lo que desean estos modelos
corporativos podemos agregar el cómo quieren ser vistos.
Quieren un
despliegue de decencia y sobriedad. Una mirada que los proyecte al
futuro, pues saben de antemano cual es la máscara del día. O por lo
menos fotografías y reseñas que los muestren como ciudadanos sin
antifaces para el mundo. Son sus grandes gestos a ras de piso, esas
propuestas que los impulsan y consuelan como una nueva clase: el
inversionista como héroe.
Hombres sofisticados y ambiciosos que van
más allá de su necesidad y ante cuyas miradas la sofisticación es mucho
más importante que los bosques o la piedad.
4. Así el mundo que
el espectáculo nos hace ver es el mundo de la mercancía o a sus porta
estandartes dominando todo lo que se vive y alcanzando la ocupación
total de la vida social. Al tanto que la relación con la mercancía no
sólo es visible sino que es lo único visible.
Entonces se resignifica
el país como escenario. Como expresión de nuestra cultura y nuestra
psiquis, en una eterna tensión entre apariencia y realidad, y que en
términos históricos tiene un precio muy alto. El de una sociedad que va
conformando su espacio público basado en la agresión y el fraude.
5.
El movimiento de las imágenes, su rasgo ambivalente, equivale al
distanciamiento de los hombres entre sí. Y tal como en la fotografía de
Angelini su objetivo es que se acepte la identificación entre bienes y
mercancía, y, de paso, grandiosas historias que desean básicamente dos
cosas: por un lado, las historias deberían decir que son hombres ricos;
por otro, que son hombres simples. Jamás detenerse en quiénes realmente
son, en quiénes realmente han sido.
6. En estos simulacros
moderados, antihistóricos, severamente clásicos, se evade el
comportamiento frente al dolor de los demás. Arraigado en nuestra propia
historia es la memoria lo que vincula el dolor al sacrificio. Pero esta
visión no puede ser más ajena a la sociedad de las imágenes
espectaculares. La cual tiene al sufrimiento por un error, por un
accidente, ya que desde el punto de vista del espectáculo una mutilación
resulta más entretenida que sobrecogedora.
7. Podemos decir
entonces que en este tipo de representación – la representación del
mercado como espectáculo- se vive la fantasía del progreso y de
patéticos sueños de aspirantes a consumidores. La ilusión de una nueva
utopía realizándose al margen del conocimiento.
* (Las referencias sobre la Sociedad del Espectáculo vienen básicamente de la lectura de Guy Debord).
editor
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