domingo, 27 de julio de 2014

Fragmentos del hostal




FRAGMENTOS DEL HOSTAL
Por Guillermo Rivera


1. La idea de trabajar de nochero me parecía la mejor para escribir. No quería continuar trabajando en oficinas, pero estaba cesante y necesitaba algo pronto. Así derivé al hostal: un edificio de cuatro pisos, con mampara y balaustres y puertas color caoba.

2. De las ocho horas de trabajo dispongo de cinco para mí. Está establecido que durante ese tiempo puedo leer y escribir en la recepción. Una parte del funcionamiento del edificio corresponde a las oficinas de arriendo ocupadas por contadores, corredores de propiedades, importadoras pequeñas, una productora también pequeña y un par de abogados de incierto éxito. El hostal no funciona, hay una especie de locura alrededor o me parece que ella ronda.

3. Rodrigo Fernández, de la productora del tercer piso, me invita a una entrevista que le hacen a Armando Uribe para un documental. Los preparativos están listos, la entrevista se realizará el próximo viernes en el mismo departamento de Uribe en Santiago. Yo he leído con detención Verso Bruto y el Fantasma de la Sin Razón. Me entusiasma la idea, pero esta no fructifica. Me hubiera gustado preguntarle sobre la sombra de la historia de Chile o la violencia que se legitima.

4. Llega una delegación de estudiantes de arquitectura de la Serena. Hay mucho trabajo. El edificio se llena y se inaugura la exposición de Gonzalo Ilabaca en el salón de eventos.

5. Veo un caracol en un ángulo de la pared de la cocina. Se desplaza lentamente hacia las cornisas como si viniera saliendo de una enfermedad o estuviera convaleciente o se encontrara dejando atrás los días de impedimento y calamidad.

6. Salgo hacia Urriola a cobrar el arriendo de una de las oficinas. Son las cuatro de la tarde o tal vez las cuatro y media. La calle se llena de trolebuses frente al edificio. Han cortado el tránsito y veo entre policías y bomberos al personal de la defensa civil correr hacia la plaza Sotomayor. La gente se sorprende o se asusta o se ríe ante la agitación imaginaria de la catástrofe. Se trata de un simulacro de tsunami con cobertura de prensa y relajados paseos de concejal.
Meses después ocurrirá en un abandono espantoso la explosión de la calle Serrano.

7. Pienso en algunas pinturas de Pollock, en los ojos o la mirada de Pollock cuando perdió su capacidad de pintar. Está angustiado. Está dejándose fotografiar. Dejando que el ojo de la cámara se adentre hasta el fondo oscuro de las retinas donde no hay nada. O tal vez sólo unas pequeñas olas golpeando entre si.

8 Me invitan a trabajar en un programa sobre González Vera. Acepto. Yo viví alguna vez –por unos días en un conventillo- y en ese tiempo ya sabía que los demonios y la poesía nacen del mismo lugar. Pero no había demonios ahí. Como en el conventillo de González Vera gente desarmando bicicletas, ropa de guagua, conductores de grúas horquillas, y mujeres preparando viandas en cocinillas de dos platos. Yo estaba a la deriva. Sin certezas. Éstas en algún momento habían chocado con la realidad.

9. El quiosco hacia adentro del cual todos miran está ahí – frente a la sala el Farol, y por reflejo las calles con sus costumbres parcialmente borroneadas podrían reproducirse en el mapa de la ciudad patrimonial, del mismo modo que se reproduciría una cabeza de cartón, con ojos de cartón y que al despertar no viera nada.


10. Ayer fue un día frío, tenso. Uno de los arrendatarios se mudó. Bebí mucho café.

11. El colectivo 19 de Noviembre ha comenzado un ciclo de documentales una vez por semana en el salón de eventos. Los veo acomodar las sillas, conversar o levantar el telón Son también los sobrevivientes extremos de la historia oscura, y de la oscuridad sin límites de nuestro país; un testimonio que se legitima como si el testimonio, por su naturaleza misma, proporcionara tal cantidad de espejos que el reflejo resulta inevitable.

12. Gonzalo Millán ha muerto. Me entero mientras cumplo mi trabajo de recepcionista en el hostal.
Afuera, detrás de la mampara y los peldaños de mármol, a unos pocos metros, la lluvia cae sobre las cabezas y las manos, aunque yo lo que verdaderamente siento es que las cabezas y las manos han comenzado a coagularse y el frío
-como en las pinturas de los maestros del renacimiento- se resquebrajara a si mismo para que las extremidades de cualquiera adivinaran que en el centro imperceptible del aire yace el elefante oscuro de la muerte con una gran voluta aferrándose al perímetro de sus pies.

Febrero de 2007.-

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