
Cien Años, Primera Parte
Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física
"Hasta Iquique nos hemos venido, pero Iquique nos ve como extraños”
Cantata Santa María, Luis Advis
El
20 de Diciembre de 2007, en la mañana, en la ex oficina salitrera de
Humberstone, fue el acto de cierre del 2º Encuentro de Historiadores
titulado “A 100 años de la Matanza de la Escuela Santa María de
Iquique”. El antiguo teatro, no muy grande, estaba lleno de estudiantes y
académicos venidos de todo Chile. En el discurso de despedida, la
historiadora María Angélica Illanes desarrolló largamente, en un
complejo discurso, quizás hermoso, unas cuarenta ideas distintas, todas
eventualmente interesantes, sin decidirse por ninguno de los quizás
cuatro o cinco discursos que probablemente había preparado,
resolviéndose, de manera poco feliz, a leerlos simplemente uno tras
otro, bajo el hilo general del tema de fondo. Al parecer lo más
interesante de todo fue cuando trató de “dictadura de la burguesía
desmilitarizada” al gobierno de la Concertación, en lo que llamó “una
inversión de la lógica marxista”, sin que se entendiera muy bien
“inversión” respecto de qué. Los asistentes, ampliamente entusiasmados,
aplaudieron sin pasarle la cuenta.
Y entonces empezó lo
interesante. Entró la Ministra de Educación, acompañada de varios
personeros de gobierno algo oscuros que, para su fortuna, pasaron
desapercibidos (como el Director de Organizaciones Sociales, de la
Secretaría General de Gobierno, organismo de oscuros méritos). Pero ella
no. Se cometió la seria imprudencia de anunciarla, incluso con un
cierto orgullo… se sintió una rechifla estudiantil aguda y sostenida.
Sin inmutarse avanzó y se sentó. Los gritos seguían, “¡que se vaya!”,
una y otra vez. Habló la Directora de DIBAM, que acortó visiblemente sus
palabras. Los gritos seguían. Se dice que la Ministra tenía preparado
un discurso, incluso con anuncios (como que se destinarán fondos para
reconstruir la Escuela Santa María). Prudentemente no lo leyó. Se pasó
rápidamente a la Cantata, interpretada correctamente por un grupo local.
Aprovechando alguna pausa de la música, la Ministra se paró y salió.
Los estudiantes salieron tras ella, los académicos, algo pálidos,
salieron tras los estudiantes. “¡Que se vaya!”, algunos epítetos
gruesos, incluso de índole machista, voló algún vaso con agua, algunos
osados le remecieron el auto. Carabineros acudió (de pronto aparecieron
botas y escudos). Pero no podían hacer mucho sin exponerse a repetir
“vergonzosos sucesos” justo en el lugar y fecha menos apropiados. El
auto partió rápido. Al interior del teatro la Cantata triunfaba por
sobre las conmociones.
Los asistentes se retiraron en paz.
Satisfechos por un buen Congreso. Satisfechos abiertamente los
estudiantes. Satisfechos disimuladamente la mayoría de los académicos,
aunque “no compartieran este tipo de excesos, sin embargo
comprensibles…”. Cosa notable, poco antes del profuso abucheo, la
historiadora boliviana, Ministra de Cultura de Evo Morales, había sido
aplaudida fervorosamente por todos.
A eso de las tres de la
tarde, en buses, regresaron a Iquique. Yo me hice el valiente y me fui
caminando hasta Pozo Almonte (7 Km), a perseguir mis delirios. Durante
meses se rumoreó sobre una marcha que bajaría “desde las salitreras”
hasta el puerto. Rumores vagos, organización indefinida. Pero el 18 y 19
de Diciembre había muchos panfletos que llamaban a marchar. Incluso
señalaban un itinerario: partir el día 20, a las 17.00, desde la ex
oficina Buen Retiro, en Pozo Almonte (47 Km), para llegar al día
siguiente, a eso de las 10.30, a Alto Hospicio (6 Km), y desde allí
hasta Iquique. Se trataba de llegar a la Escuela Santa María a las
15.30, justo antes de la hora en que fue la matanza, cien años atrás.
Siete
kilómetros de desierto a las tres de la tarde es bastante, pero con
agua y mística llegué a la plaza de Pozo Almonte, miré a las personas
comunes que me miraban con algo de sorpresa, completamente ajenos a todo
extravío ideológico, y esperé. La realidad cayó sobre mí, sin embargo,
como suele decirse, “como la noche”, con un detalle no menor: eran las
cinco de la tarde, a pleno sol.
A las 15.45 de la tarde del día
21 de Diciembre de 2007, en el místico momento de los cien años, había
más gente en la Zofri que frente a la Escuela Santa María, había más
gente en la playa de Cavancha que en la “marcha del movimiento
sindical”. Marcha, por cierto, en la que había más estudiantes que
movimiento sindical. Al punto de partida, el día 20, sólo llegaron unos
veinte estudiantes valientes, que efectivamente marcharon, y un viejo
ridículo. Al día siguiente, en Alto Hospicio, dos horas después de lo
planeado, se juntaron algunos cientos de personas, y marcharon desde
allí.
Las marchas, que nunca se encontraron, llegaron a la
Escuela Santa María a eso de las 15.30. Empezó un acto con jóvenes
entusiastas y artistas locales. El joven que presentaba repetía
“artistas populares que no cobran… como Quilapayún”. Un conjunto tocó
algo así como un cuarto de Cantata, hablaron algunos dirigentes
sociales, pocos. Hubo un minuto de silencio. A la altura de la aparición
de dos jóvenes hiphoperos, de los que habían marchado, quizás unos
1000, sólo quedaban unos 200.
El resto de la tarde transcurrió
plácida, sin incidentes de ningún tipo: playa, puerto, Zofri, cerveza.
La Escuela histórica, tomada desde varias semanas atrás, pasó nuevamente
a la lucha diaria de los dos sindicatos que se instalaron allí contra
la atroz indiferencia de las autoridades, de los patrones, de los medios
de comunicación, de las miles de personas que circulan cada día por el
mercado vecino.
A las 20.00, frente a la playa, con “un marco
impresionante de arena, mar y puesta de sol”, empezó el acto oficial. A
unas veinte cuadras de la Escuela misma, a unas diez cuadras de la plaza
central, con su teatro y su reloj históricos, en una plaza que recuerda
la invasión chilena de 1879. Un escenario enorme, lleno de focos, de
una altura impresionante, con amplificación a todo lujo, pantallas,
proyectoras, espacio de baile y sillitas de plástico. Un espacio cercado
con vallas de contención instaladas en un entorno de unas dos cuadras,
al que sólo se podía entrar con invitación. Con carabineros de uniforme
no muy agresivo, y muchos civiles que “discretamente rodean la Escuela”.
Hacia una avenida que bordea la playa el público “exterior”, a no menos
de ochenta metros del escenario. Quizás, en el momento de máxima
asistencia, unas 1000 personas.
Se veían en este público banderas
del Partido Socialista, unas veinte, agrupadas, banderas del Partido
Comunista, unas quince, en otro grupo, una que otra bandera de grupos
anarcos o extraparlamentarios. Algunos, que portaban enormes pancartas
con frases alusivas decidieron, pudorosamente, no extenderlas… el
público era tan escaso que habrían tapado el escenario.
En el
público “interior” autoridades, nacionales y regionales, muchos colados,
dirigentes sindicales. En un momento clave, que a pesar del enorme
simbolismo pasó casi desapercibido, el grupo portador de las banderas
comunistas fue admitido en el espacio interno, pasando las rejas,
proceso en el que, quizás por razones puramente funcionales, bajaron sus
banderas, las que no volvieron a alzarse en todo el acto. Con esto en
el espacio “interno”, muy amplio, llegaron a haber unas 500 personas.
Curiosamente las banderas socialistas, siempre alzadas, permanecieron
fuera.
El espectáculo empezó, tras varios llamados del narrador
para que se mantuviera “el debido respeto”, con una puesta en escena muy
simple, acompañada por un relato a dos voces. Dos actores vestidos de
mineros estilizados enarbolaban banderas inmaculadamente blancas. El
texto, lleno de todas las frases correctas esperables, reiteraba con un
énfasis algo nervioso tópicos sobre la masacre llevada a cabo por
militares “de otra época”, bajo la responsabilidad de un gobierno “de
otra época”… Sin detenerse sino muy brevemente en los empresarios (“de
otra época”), y sin mencionar en absoluto al capital inglés… “de esa
época”. Abundaba en cambio en la actitud pacífica de los mineros, e
insistía en las lamentables divisiones, y en la presencia negativa de
los que, “hasta el día de hoy”, ponen el énfasis en los extremos y
“sectarismos” que “tanto daño han hecho…”.
El público, ambos
públicos, sin hacerse cargo en absoluto del mensaje, sólo aplaudió de
manera cortés. Irrumpió de pronto una cofradía, muy Tirana – Sernatur,
con una música de carnaval, bailando con sus trajes lustrosos. El
público, algo perplejo ante la música festiva, empezó a seguir el ritmo,
también de manera cortés, sin mucho fervor.
Después del episodio
festivo los discursos. En nombre de la Comisión Organizadora el
Secretario General de la CUT, con un encendido discurso, golpeado de voz
y actitud, que arrancó más aplausos en el círculo interno que en el
público exterior. Se oyeron ocasionalmente algunos gritos de “¡obrero,
entiende, la CUT no te defiende!”, pero no pasó a mayores. Tampoco la
obviedad del populismo sindicalista entusiasmó mucho. Después de sus
proclamas fervorosas, el dirigente bajó de la tribuna y estrechó
calurosamente la mano a las autoridades presentes. Aparentemente muy
pocos lo notaron.
El entusiasmo llegó sólo cuando el Ministro del
Interior, Belisario Velasco, tuvo la valentía de explicar durante casi
cuarenta minutos, porqué el gobierno de la Concertación debe ser
considerado mejor que el de Pedro Montt, y porqué “los excesos que a
nada conducen” le han costado tan caro al movimiento popular. Valiente.
Fue abucheado de manera continua durante los cuarenta minutos. Le
gritaron “corrupto”, “¡que se vaya!”, “traidor”, e incluso, vivamente,
“asesino”. Ante lo cual, sin embargo, con inalterable fortaleza de
rostro, siguió sin respiro, casi sin apuro, hasta terminar.
Fin
de los discursos, ahora sí el plato de fondo, Quilapayún. Impecables.
Arreglos musicales complejos para canciones conocidas y simples. Una
curiosa y engolada canción que mistificaba y elevaba a Allende hasta el
parnaso del mal gusto. Luego “La muralla”. “No saben las ganas que tengo
de cantar esta canción” dijo uno de ellos, en una presentación que daba
para meditar. La gente cantó igual, e incluso, por momentos, se
sintieron voces particularmente intensas, sobre todo en partes como “el
gusano y el ciempiés”.
Y, por fin, la Cantata. El presentador
insistió, como al principio, en el “debido respeto”. Pidió que se
escuchara la obra en silencio y que… “nos tomemos de las manos”.
Afortunadamente el público lo ignoró por completo. (Tengo que decir que
en realidad no vi, en ese momento, qué ocurría en las primeras filas de
asientos: yo estaba en el “exterior”).
Una hermosa, excelente,
versión, en un contexto monstruoso. El relato brillante de Silvia
Santelices. La amplificación sin mácula, las diapositivas apropiadas. Un
lunar de belleza y emoción en la fealdad insuperable de lo establecido.
Por un momento todos se emocionaron. (La verdad es que no me atrevo a
extender esta estimación a todas las autoridades presentes). Aunque sea
amparado en la libertad de culto, tengo que decirlo: por un momento la
Cantata lo llenó todo. Lo absorbió todo. Dignificó lo indigno. Borró el
rostro de los canallas. Dejó en la trastienda de la pequeñez a los
oportunistas, a los traidores, a los “servidores públicos”. Acalló a los
que enarbolaron verdades históricas para mentir. Silenció la
estridencia de los focos, la sordidez del escenario pensado para
mantener la seguridad, la vergüenza del marco turístico.
Por un
momento, ay!, un breve momento. Apenas terminada la magia, en medio aún
de los aplausos, en contra de los pronósticos de los simples, el Quila
francés arremetió ni más ni menos que con “El pueblo unido jamás será
vencido”. Por cierto cayeron hasta los más exaltados. Quizás con la
esperanza de que la fuerza del texto atemorizara a los canallas. Los
canallas, por supuesto, cantaron también a todo pulmón, varios de ellos
incluso con el puño en alto.
El acto terminó pacíficamente. El
público se fue separando con calma. Me tocó ver el ágil movimiento de
los muchos guardias hacia las vallas, con una cierta ansiedad de que
fuesen traspasadas de manera “anormal”. No fue necesario en absoluto. El
animal posible ya estaba domesticado. Los más integristas con cara de
depresión. La mayoría con visible satisfacción. Todos se retiraron en
paz.
Un buen amigo me cuenta que, en las horas siguientes, en un
hotel turístico inmediatamente contiguo, se llevó a cabo una gran
comida, casi masiva, fin de fiesta de un encuentro organizado por...
Fonasa. Un evento carísimo, en que autoridades nacionales y locales
hicieron sendos discursos, ya sin vergüenza ni peligro alguno, en que se
congratularon y alabaron a sí mismos extensamente. Imagino, por otro
lado, los “salud” inversos, con chela y desencanto, de los anarcos, o de
los muchos estudiantes que viajaron al encuentro de historiadores,
quizás lo más digno de todos los “sucesos acaecidos” en tan luctuosa
semana.
Estuve cinco días en Iquique. Recorrí estos eventos y
muchas calles. Fui a caminar junto al mar y al mercado. Me abstuve,
santamente, de ir a la Zofri. Y vi el Iquique de 2007 desde todos estos
ángulos. Vi gente comprando antes de la pascua, los camiones con
pascueros que recorrían las calles con música de Merry Christmas a todo
volumen. Escuché unas veinte veces la Cantata, completa o parcialmente. Y
en medio de todo vi a los muchos estudiantes y profesores que
asistieron a este encuentro de historiadores. Paseando por el
“boulevard” Baquedano, tomando traguitos y sándwich baratos en múltiples
locales, saludándose una y otra vez en un centro de ciudad pequeño y
empequeñecido. Teníamos algo de desconcertados, una especie de cara de
pregunta inconclusa. Iquique, inconmovible, parecía seguir igual. La
playa, la pascua, la sobreexplotación, las compras. En ninguna de las
muchas representaciones alusivas a los cien años, salvo en las tres que
he descrito, vi más de cien personas. Perdidos entre el universo de los
iquiqueños reales no pude evitar pensar en este verso de la Cantata:
“hasta Iquique nos hemos venido, pero Iquique nos ve como extraños, nos
comprenden algunos amigos, y los otros nos quitan la mano”. Y me acordé,
digámoslo así, entonces me acordé, que estamos en Chile. En el Chile
que hemos dejado que la Concertación construya.
Para Consuelo
Editor
No hay comentarios:
Publicar un comentario