por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
el 29-04-2018
Extraído de:
Cuando
Benito Pérez Galdós se enteró de que Doña Emilia
Pardo Bazán,
su amante, había estado con otro hombre, ella le contestó: “El
quererme a mí tiene todos los inconvenientes y las emociones de
casarse con un marino o un militar en tiempo de guerra. Siempre doy
sustos”.
Y esto es lo que hizo constantemente en la sociedad española de su
época: dar sustos al mundo intelectual de aquella época en forma de
crónicas, artículos, ensayos, novelas o cuentos.
Fue
una mujer extraordinaria, rebelde y con mucho carácter. Tanto en su
faceta de mujer como de escritora la podemos comparar con la proa de
un barco que va rompiendo necesariamente el mar y va dividiéndolo.
Fiel a su forma de ver y entender el mundo, no sólo no se adaptó al
comportamiento que la sociedad esperaba de las mujeres, sino que lo
denunció en varias ocasiones:
“Para el español todo puede y debe transformarse. Solo la mujer ha
de mantenerse mantenerse inmutable. La educación
de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se
propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”.
Nació
en 1821, en A Coruña, ciudad a la que homenajeó en su obra
proporcionándole un nombre literario, “Marineda”:
“Vive
Marineda en eterna pugna con su vecina Compostela, ciudad más unida
y más hábil para defenderse… que no se resigna a verse eclipsada
por un burgo de pescadores”.
Fue una viajera y conferenciante incansable, miembro de numerosas
sociedades, consejera de Instrucción pública… y, como decía
Unamuno, una “mujer
singular [que] nos ha dejado, entre otras lecciones, las de una
laboriosidad admirable y la de una curiosidad inextinguible “.
Recibió
una exquisita educación por parte de su familia de clase social
alta, aristocrática. De su madre heredó el amor por la lectura
—leía con voracidad todo lo que caía en sus manos— y de su
padre, este consejo: “Los
hombres somos muy egoístas y si te dicen alguna vez que hay cosas
que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira
porque no puede haber dos morales para los dos sexos”.
Se formó en todo tipo de materias, con atención especial a las
humanidades y a los idiomas, llegando a manejar con soltura el
francés, el inglés y el alemán, idiomas que perfeccionó en sus
constantes viajes. En ellos tuvo oportunidad de conocer a grandes
personalidades literarias de la época. Así, dicen los díceres que
discutió con Víctor Hugo y tuvo la suerte de disfrutar con las
tertulias que los hermanos Goncourt organizaban en el desván de su
casa y en las que se codeó con Émile Zola —el padre del
Naturalismo literario— y Maupassant. Entre los intelectuales
españoles trató con Giner
de los Ríos, creador de la ILE Institución libre de enseñanza
y uno de sus mejores amigos; con Menéndez Pelayo se carteó y acudió
a las tertulias de Pérez de Ayala y Miguel de Unamuno.
A
lo largo de esa intensa vida social por Europa, en la que se movía
como pez en el agua, recopiló gran cantidad de información e indagó
en constantes movimientos literarios y de creación decimonónicos
como el Realismo,
el Naturalismo o el Simbolismo.
Y ese europeísmo suyo va a ser el que rompa la barrera que separa
España de Europa y que va a trascender no sólo a su obra, sino a la
de toda su generación. En una carta dirigida al escritor catalán
Narcís Oller, doña Emilia manifiesta:
“¿En
qué trabajo ahora?… Estoy en el corazón de Rusia. Quiero hacer un
estudio sobre esa extraña y curiosa literatura, como ya se lo
anuncié creo que en París. En España creo ser una de las pocas
personas que tienen la cabeza para mirar lo que pasa en el
extranjero. Aquí, a nuestro modo, somos tan petulantes como pueden
serlo los franceses, y nos figuramos que más allá del Ateneo y San
Jerónimo no hay pensamiento ni vida estética; ¡error peregrino
cuya enormidad nos asusta así que atravesamos el Pirineo!…”
¿Dónde
plasmó todos sus conocimientos? En artículos que publicaba en el
periódico La
Época
y que posteriormente reunió en su libro La
cuestión palpitante (1883);
supuso una declaración de intenciones respecto a lo que sería su
estilo literario desde ese momento. El cariz progresista de esta obra
trajo consigo una gran polémica y puso a la Pardo Bazán en el punto
de mira de todos los intelectuales del momento. El revuelo que se
armó la llevó a ser la comidilla de tertulias y cafés lo que le
trajo consecuencias en el seno familiar, puesto que su marido —se
casó a los dieciséis años con un estudiante de derecho— le pidió
que dejara la escritura. En una mujer como Emilia Pardo Bazán era
como si le pidieran que dejase de respirar, así que todo terminó
con una separación; eso sí, amistosa, puesto que su marido la
admiraba enormemente.
Aparte
de sus aportaciones sobre literatura, Doña Emilia también
incorporó, en muchos escritos, sus ideas sobre la necesidad de
modernizar la sociedad española. Habló sobre el maltrato a las
mujeres en su novela
El indulto
(1893),
la primera en abordar este tema que sobrecoge por la actualidad de su
planteamiento. Defendió, también, la obligatoriedad de instruir
a las mujeres y ofrecerles un acceso justo a todos los derechos
y oportunidades que disfrutaban los hombres. Y esto no sólo lo
defendió en sus escritos, sino en su día a día y ante el
público; como hizo en el Congreso
Pedagógico Hispano-Portugués-Americano de 1892,
donde aprovechó para hablar de coeducación, de que el hombre y la
mujer tenían que poder optar a la misma educación y de que no se
debía tratar al sexo femenino como inferior al masculino.
Debido
a su vocación didáctica —rasgo característico de su
personalidad—, luchaba por cambiar las cosas para mejorar, por eso
fundó la Biblioteca
de la mujer,
con el único fin de difundir en España las obras del alto feminismo
extranjero, y también la revista Nuevo
Teatro Crítico,
totalmente financiada por ella y con el objetivo de mostrar el
pensamiento social y político de la vida intelectual de la época.
Su escritura directa y sincera acrecentó la polémica, que ella no
desdeñó, y le creó fama de vehemente y revolucionaria.
Fue
la primera en ocupar puestos o realizar diferentes labores hasta
entonces no permitidas a la mujer, como presidir la sección de
Literatura del Ateneo o ser catedrática de Literatura Contemporánea
de las Lenguas Neolatinas de la Universidad Central de Madrid. En
cambio, no consiguió ingresar en la Real Academia de la Lengua; su
candidatura fue rechazada hasta en tres ocasiones —anteriormente
habían rechazado a Gertrudis
Gómez de Avellaneda
y a Concepción
Arenal.
Entre los intelectuales reacios
a la entrada de la mujer en la academia destacamos a Juan Valera
“No
comprendo cómo no se enoja la mujer sabia cuando sabe que pretenden
convertirla en académica de número. Esto es querer neutralizarla o
querer jubilarla de mujer. Esto es querer hacer de ella un fenómeno
raro.”
Pues
bien, a pesar de ser una mujer determinante para aquella sociedad
intelectual del XIX, nos parece que es una de las figuras más
injustamente tratadas por la literatura española, ya que se dice muy
poco aparte del hecho de que nació en Galicia y que tiene dos
grandes novelas: Los
Pazos de Ulloa
(1886) y La
Madre Naturaleza
(1887). Y es que no nos podemos olvidar de La
Tribuna (1882),
considerada la primera novela escrita con la técnica naturalista, ni
tampoco de su enorme producción cuentística: más de 600 cuentos,
verdaderos documentos de la época, lo que la convierte probablemente
en la autora más fecunda de la narración breve en España.
Sirva
este artículo de homenaje a esta incansable escritora que resultó
ser una mujer inoportuna para su tiempo porque vivió como quiso,
escribió con espíritu crítico sobre multitud de temas y fue una
luchadora infatigable por defender aquello en lo que pensaba sin
dejar de ser nunca ella misma.
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