viernes, 2 de febrero de 2018

Eduardo Dalter





Eduardo Dalter, nació en Buenos Aires, Argentina, en el año 1947. Se trata de un poeta e investigador cultural que ha dedicado parte de su vida a difundir la poesía latinoamericana. Sus trabajos se encuentran dispersos en distintas revistas internacional. Más de una veintena de obras poética y de prosas recorren bibliotecas. Sus charlas se han expandido hasta Europa.




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A mi mujer le gustan los cantantes.

 Siempre, desde casi adolescente fue tras ellos.

 Quería música y más música para acompañar

 sus días y sus noches.

 Música, ya sea interpretada con la boca,

 o con la boca de una pistola, de un fusil,

 o bien cantada con un lápiz.

 A mi mujer, locamente. le gustan los cantantes.

 De qué modo canten y con qué instrumentos

 se acompañen, eso no le importa.

 Ella sólo quiere música sin trampas,

 para darle otro color al mundo


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De Hojas de sábila
Buenos Aires, 1987-1992
Seguramente haya otro lugar
más allá de este pozo
y de este horizonte seco
y quebradizo. Un lugar
para sentirse más palpable
y que hay que edificar aquí.
Hay un momento en que antes de ir,
de volver, el ave, o pájaro extraño
–formas humanas de este vuelo–,
mira ensimismado su plumaje;
hay un momento, o borde o filo,
en que calla, calla, y canta al fin
unas pocas notas ásperas.




De Macuro
Macuro, Río Caribe, 1996-1998
El alacrán
       y la culebra
son nuestros vecinos
de lo alto
y de
       lo bajo.
Debemos pasar
       siempre cerca
de sus bocas
       y sus ojos.
También ellos
ven el mar,
su galope
       eterno
y su negrura.
El alacrán
       y la culebra
milenarios
son nuestros vecinos. 








De Bocas baldías
Buenos Aires, 2000-2001
Una botella
       rota
en la cuneta,
¿quién la bebió?,
       ¿quién
la rompió?
Una botella
       rota,
con su etiqueta
       y su barro.
Su pico
       apunta
al cielo,
y si te acercas,
       a tu frente,
como un dedo
       vacío,
sin uña,
       sólo borde.
Una botella
       rota,
más allá de todo
       olvido,
en la media cuadra
       del suburbio. 



Andén
Un hueco, un vacío
                 de tormenta
       en las miradas,
en la voz, las voces,
             y un desierto
precario
       en la espera.




Ese hombre inclinado con su palo
       en medio del basural,
donde las bolsas de nailon
y los olores gruesos,
       en marejada,
cubren el paisaje,
no busca la felicidad,
       en cualquiera de sus versiones,
o acaso sí
       creyó ver un atajo
allá, en los límites
       del horizonte,
entre bolsa y bolsa,
       o recuerdo y recuerdo;
una felicidad fugaz,
       con un palo,
o posible o creíble,
mientras el sol lo alumbra. 










De Nidia
Buenos Aires, 2006-2007
Sentada junto a la
      ventanilla
ves pasar las estaciones,
      los puentes
y las esquinas
      de suburbio,
como no viéndolos, o
      como mirando
una película, que es
      la misma
de hace un año
      o parecida;
después mirás tus
      manos,
tus uñas a medio
      despintar,
y a los pasajeros
      apiñados
con sus ojos y sus
      aires,
todos con un cansancio
      distinto
y semejante, hasta que
      abrís
el libro que traías
      en el bolso
–el tomo II de Paul
      Eluard–
para cerrarlo en la
      estación
entrante, y seguir
      cavilando
o buscando un
      detalle,
un color, un brillo,
      y todo
como en un diario
      viaje
de secuencias, que
      te animan
a mirar, tocar, tu
      soledad
de manera cierta,
      o conveniente;
tu soledad más
      íntima,
que entibia y
      pinta
hasta tus párpados. 



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