jueves, 3 de septiembre de 2020

MANIFIESTO DE LA MEMORIA

 Aparecido en:

Letralia


Manifiesto de la memoria
Eslabones de la poesía chilena

 • Jueves 6 de agosto de 2020
A los enamorados de Colorado / que en algún punto de la tierra / quemaron sus cuerpos y sus naves / tocaron el infinito las yemas de sus dedos / tacto y pasión consumieron sus pieles / la luz incandescente de sus estrellas / iluminaron sus cuerpos / el atardecer de las noches y sus paisajes / kilómetros vagaron sus palabras / y el eco las repicaba en las montañas / Era invierno y nevaba con sus blancas noches / y el verano despertaba los sueños / hacía posible seguir pensando en el intangible valor / de nuevas palabras para llamar al amor / amor, como si nunca se fuera a terminar.
Rolando Gabrielli

Mientras el mapa odioso del mundo agita sus alas oscuras de paraguas sin lluvia, geografías espesas con sus antiguas y precarias sombras arruinan el paisaje y la poesía cuadra un presente de tuercas vacías, señales monótonas en un cruce de direcciones falsas, encontradas. Digo, no me despido en la multitud, ni en el anonimato, la palma de una mano contiene todos los adioses y me parece casi perfecto. Todo futuro es gitano. Todos los vientos los sopla la Diáspora, oh poetas. La patria puede ser una hoja en blanco / que algún viento soplará / hacia algún lugar.

Los novelistas chilenos han escrito varias novelas sobre los poetas chilenos; creo que se han saltado un personaje de novela: Nicanor Parra.

La poesía en Chile siempre ha disfrutado de una reconocida y respetable originalidad. La habita un vasto y rico paisaje como su geografía, que no sólo va de norte a sur, sino forma parte de una accidentada partitura escrita para un director desconocido de una orquesta que no termina de tocar desde el desierto a los glaciares. Un género de trastienda, olvido, de reseñas tangenciales, dominicales, tirajes casi clandestinos. Los poetas, algunos han transitado todos los estadios de la gloria y el fracaso. Y sin embargo, cavaron profundos sueños oscuros y luminosos durante el siglo XX, especialmente por la presencia de autores que se adentraron en el subconsciente, la chilenidad, la historia, la geografía, la naturaleza desconocida, el hombre, su cotidianeidad, la palabra —sus luchas, amores y desamores, desafíos, esperanzas, frustraciones, derrotas, dudas, alegrías, victorias— y al mismo tiempo se plantearon interrogantes y trazaron caminos. Fueron fundacionales de un nuevo lenguaje.

En Chile la poesía debiera ser patrimonio nacional, es un manto silencioso que cubre la identidad de un paisaje llamado Chile, su cordillera, desierto y mar, esa geografía que no termina de expresarnos porque pareciera infinita e inconclusa. En el centro de la historia y las cosas, de los elementos, el hombre, porque es una tentativa y es infinita en su poder transformador, parodiando al joven Neruda. Los poetas son, a pesar de la nueva marginalidad de la poesía, nuestra biografía común, cuerpos vivos en una palabra que pareciera no agotarse y alumbrar el túnel que la cruza.

En un reciente viaje por la distopía nacional, mientras cruzaba la ciudad en el metro, recorría sus parques, calles, antiguos bares de la memoria de una difícil juventud, me citaba en cafés, restaurantes con algunos viejos amigos imaginarios, tomaba el pulso a una urbe desconocida y donde había nacido, visité algunas librerías sin gente, cerros tan familiares, acumulaba recuerdos románticos, fechas especiales, todo a pulso y sin ningún plan, no vi rastros de la poesía chilena, ni una miserable estatua, algún símbolo, referencia de su pasado prestigioso, a excepción de La Chascona, casa de Neruda en las faldas del cerro San Cristóbal, devenida en museo. Una simple señal ética contemporánea, pensé. Casi nada. En mis tiempos veía a Rubén Darío en el Parque Forestal, frente al poeta Hernán Uribe, residente en uno de los edificios laterales a ese paseo público. Los caballos con sus jinetes agitando sables tuvieron una mejor suerte, me decía viendo el bronce en algunas plazoletas, y después fui encontrándome con algunos presidentes frente a La Moneda que comenzaron a mirar el pasado convertidos en estatuas. Parra un día ahorcó a todos los mandatarios en fila india, como él mismo comentó, en una de sus performances. ¿Nadie había hecho algo bien en la historia de la república? ¿El antipoeta tenía licencia para matar? ¿O era un niño al cual se le permitía hacer de todo como una manera del sistema de pagar sus culpas? Santiago me dejó una sensación de un mutuo desconocimiento, una sobrevalorización de lo que sabíamos el uno del otro; en verdad no tuvimos suerte, ni un solo guiño, sólo el cemento indiferente de las calles, plazoletas sin ninguno de nosotros, barrios pobres, todo lo que el verano nos deja de recuerdo.

Los novelistas chilenos han escrito varias novelas sobre los poetas chilenos; creo que se han saltado un personaje de novela: Nicanor Parra. Jorge Edwards, el más aficionado a ese género, aún está a tiempo de escribir la novela de su vida. El material pareciera prometedor, inclusive él ha adelantado la temática: “Parra le habla a todo el mundo de Neruda”. En 1970, Silvia Pinto le pregunta a Parra: “Y de Neruda, ¿es amigo, enemigo, desconocido, admirador?”. Parra contesta: “No sería posible yo como poeta sin el antecedente de Neruda”. Tal vez sea la respuesta más sincera y acertada, de una infinidad que dio en el transcurso de su vida, sobre el mismo tema. Agreguemos que Neruda estaba vivo. Es una veta interesante y hay más líneas para iniciar un work in progress, entrar en materia y acercarse al personaje que es una cajita de parrandora. Saltó todos los obstáculos, cumplió a satisfacción las pruebas del decatlón y la maratón que él incluyó, resultando ser su favorita y donde demostró extraordinarias destrezas, una formidable resistencia, aquí en la tierra, su residencia.

 

Los juegos florales del mercado

Se han escrito diversas antologías, novelas, críticas, ensayos sobre algunos poetas, reseñas extraordinarias, papers notables —algunos han luchado en vida para que esto ocurra—, traducciones a no sé cuántos idiomas, conferencias, citas, comparaciones, tesis, páginas en los periódicos, entrevistas en revistas académicas, palabras, miles de palabras sobre las palabras, ácidas en ocasiones, despectivas, elogiosas, desmesuradas, elocuentes, brillantes, lúcidas, pero éstas que irá leyendo cada lector están referidas a la memoria de aquellos días en que conviví con algunos importantes poetas. Estos recuentos son pasajes, observaciones, aprendizaje, nostalgia de ese tiempo único, días que se sobreviven en la memoria y también lecturas con y frente a los protagonistas vivos. También se refieren estas notas al trasfondo y a la importancia que llegó a tener la poesía en Chile, a la persistencia de sus poetas, en un Estado muy poco motivado por participar y apoyar estos juegos florales divorciados del mercado. Fue tan profunda la huella de los poetas de la tradición del siglo XX, que dieron frutos notables en otros autores que trazaron sus propios caminos y alumbraron con sus lámparas y ampolletas la nueva poesía chilena. Nada es más espontáneo que lo que se comienza imitando. En todo esto de la poesía, pienso en este minuto que en Chile se ha escrito un largo poema desde el primer día, posiblemente se inició con la oralidad mapuche en los confines ancestrales, después tomó el timón Alonso de Ercilla y Zúñiga con La Araucana y así sucesivamente hasta nuestros días. Está la historia, la geografía, el hombre, el origen de las cosas, quejas y contentaciones, dolores, luchas, partos, agonías, el amor a la tierra y la vida, con todas sus contradicciones, donde no faltan las materias esenciales.

 

Te puedes ausentar del lugar, pero no de la memoria.

Del vodevil a La Piojera

Las historias se repiten a lo largo de la historia, algunas verdaderamente miserables, vergonzosas, y no hay alfombras en palacio para esconder las vergüenzas y canalladas. El historial de los premios nacionales, por ejemplo, ha hecho historia, cuenta con una ganada tradición de arbitrariedades y pequeñas miserias. Un terreno fangoso donde algunos se atreven a dar pasos de un ballet poco convencional y cuyos inciertos resultados terminan en un desencanto propio de una presentación de vodevil de pueblo. Hubo aciertos, sin duda, aunque no deja de ser un premio tardío, mezquino, porque corona una jubilación que mutila el disfrute en el tiempo.

Esta nota la escribo desde una automarginalidad casi clandestina, de la ausencia y vicio de una persistencia solitaria de un oficio bumerán, que regresa una y otra vez a la página en blanco, como si fuera un encuentro con el trago del estribo en La Piojera. Puedes arrojarlo, pero inevitablemente volverá a ti, retornará a tus manos, como un objeto mágico del cual hay mucho que aprender, por enigmático y lo secreto de su viaje en la palabra. Es cierto, me he subido a capela de la memoria frente al ordenador, sobre la página en blanco, no para referirme a la métrica, estilos, hablar de la vieja o nueva poesía, ni trazar palabras inquisidoras, porque los poetas hicieron su trabajo: escribir desde sus interioridades, percepciones, compromisos, en el contexto de su época y muchas veces dentro de sus limitaciones, arbitrariedades, porque simplemente monologaron con su propio espejo. El arte, y la poesía en particular, persisten por la obsesión humana de realizar una obra, de expresar lo inexpresable por otro medio, puede ser el ejercicio más real de la pasión. Después vienen las variaciones sobre un mismo tema. La originalidad es un hueso duro de roer.

 

Mancos, tuertos, sordos y rengos, buscaron la luz

El que quiera hablar de metáforas y metaforones, que bucee en las páginas de los esforzados autores, que mancos, a veces, tuertos en ocasiones, sordos y rengos, se atrevieron a buscar en la lucidez personal la luz en el túnel de la poesía. Los poetas suelen venir con los poemas contados de fábrica, al parecer —la vida y los escenarios ayudan—, pueden ser más o menos parcos, torrenciales, viscerales, objetivos, vanguardistas, neovanguardistas, realistas, neorrománticos, surrealistas, liricos, láricos, narrativos, creacionistas, antipoetas, asumir su época, intimidad, pertenecer a sí mismos, al mundo y las pasiones que les conmueven. Todos han tenido algo que contarnos desde sus propias vidas, experiencias, observaciones, viajes, y juntos han formado una larga y angosta cadena con sus respectivos y particulares eslabones. He tenido la gran suerte y oportunidad de compartir y conocer a muchos de ellos, leer sus poemas, revisarlos como si fueran escritos por una comunidad de poetas a la cual de alguna manera pertenezco. Te puedes ausentar del lugar, pero no de la memoria. Se sigue escribiendo el gran poema de Chile / árido, de tumbas desoladas / palabras desérticas, cuerpos olvidados / Hombre, atraviesas tu trágica historia / levantando montañas huérfanas / piedras inmóviles / himnos inútiles / cantatas desesperadas / En sus noches glaciales blancas / la patria alcanza el largo de su estatura / el mar que la mide entera / en su raíz volcánica / desmembrada / perfumada y de sangrante araucanía / la herida que ningún dios olvida / ni la historia cicatriza.

Sigo pensando que la poesía tiene comienzo, pero no fin, es un puente que recorre la memoria sin cesar, se instala casi distraída y anónimamente como una musiquilla acompañada de múltiples voces que no dejan de hablarte y pedir tu acogida. Es vida que fluye y respira, convoca silencio, una voz interior en cada lector. Es un mal necesario, podría decirse en mala prosa. Pero la poesía ha fundado naciones, asustado tiranos, unido idiomas, lanzado loas a emperadores, se ha sostenido en la infancia con una gran pureza, originalidad, ha registrado batallas, permanecido en claustros y convertido al hombre en el centro de casi todas las cosas. Ha sido la lengua afortunada de nuestros antepasados, del amor que siempre está dispuesto a contar una historia. Puedes llamarle antipoesía, pero seguirá siendo poesía, nueva palabra en las palabras, como en un principio. Dios no ha estado ausente en la palabra de los poetas, ni, al parecer, del antipoeta.

 

En mi opinión, Neruda permitió un cierto reconocimiento a la figura del poeta en Chile, un poco más de respeto.

El fantasma de la poesía recorre la loca geografía

El fantasma de la poesía del siglo XX aún recorre la “loca geografía chilena”, con sus viejos, clásicos protagonistas, algunos se subieron al tren e inauguraron nuevas estaciones, desde su balcón comenzaron a ver, imaginar y construir un paisaje. Siento que cada uno tiene su propia historia que contar, visiones, sueños, aventuras, los críticos literarios seguramente verán otras cosas, como el lenguaje cargado de sentido (Pound), su lugar en la poética chilena, buscarán líneas de aproximación, nuevas rutas y señales, para seguir elaborando el mapa de la poesía de un país de poetas. Los críticos, no olvidemos, canonizan autores, los santifican, y a otros los crucifican, casi con una perfeccionada visión bíblica. Muchas cosas, a veces, dependen de como se mueva el jinete sobre su montura. Y en ese ancho y profundo mar caudaloso de la poesía, también existe una dosis importante de autobombo, camarillas, obsecuencia con el establecimiento, y otras debilidades, que la propia historia acuña, registra y convierte en memoria. Los favores del poder pueden ser caudalosos o de una sequía atacameña. Pero siempre quedará la obra, último recurso de un poeta ninguneado. La posteridad, ese futuro incierto y que el autor no verá, puede levantar el velo del olvido. Los poetas, históricamente, han tenido una vida poco convencional, nada grata, algunos alcanzaron con éxito las cortes imperiales, como cetros ocasionales en las dictaduras, muchos vivieron el destierro, la cárcel, el exilio, perdieron la nacionalidad, no regresaron más a su patria, fueron ilustres anónimos, condenados inclusive, se alcoholizaron, drogaron, fueron malditos hasta el final de sus días. Florencia aun espera el retorno del Dante.

 

Irrumpe Parra con la antipoesía

En mi opinión, Neruda permitió un cierto reconocimiento a la figura del poeta en Chile, un poco más de respeto, le dio un cierto aire “profesional” a su quehacer, investidura incierta de artista de la palabra, algo de reconocimiento y una aureola de vate, vaticinador. Neruda fue el centro de la poesía chilena y latinoamericana durante el siglo XX, Parra vendría a hacerle “algo más que cosquillas después de muerto” y, desde luego, en el pasado siglo Darío, Vallejo, Huidobro, Cardenal, Borges, como figura intelectual imprescindible, y numerosos poetas que conformaron ese escenario e itinerario poético tan rico y vasto en el habla castellana: Lezama Lima, Eliseo Diego, Guillén, Roque Dalton, Octavio Paz, Juan Gelman, Carlos Germán Belli, Gonzalo Rojas, Lihn, Teillier, Óscar Hahn, entre otros poetas latinoamericanos, le dan brillo al siglo XX desde sus propias perspectivas, reflejando una visión personal de su tiempo y vivencias.

La poesía evoluciona, crea su propio lenguaje en cada época, y Parra irrumpe con su antipoesía y más. Hay más socios en sociedad, compañeros de juego como gustaba citar Teillier a Pound. Los detractores podrán decir lo que estimen conveniente, para eso están las ideas, opiniones, pero sin duda, para muchos, la sola palabra poeta les horroriza aún y su asociación es, en el mejor de los casos, con la vagancia, anarquía, un aguafiestas, inadaptado, ni siquiera alcanzan a saber que los surrealistas y el propio Rimbaud postulaban el desorden de los sentidos. Puede aletear como una mariposa o ser corrosiva como un misil, así es y ha sido la poesía desde tiempos inmemoriales, cantando a la vida, al amor, a la política, a la naturaleza, al espíritu y a lo cotidiano. Ha estado realmente en el centro del pensamiento humano, en los ritos de nuestros antepasados más lejanos, con mayor o menor prominencia en la vida contemporánea, y algunos poetas han sido encarcelados o condenados a la horca como Villon, quien mientras esperaba ser colgado escribió su famosa Balada de los ahorcados. No se puede desestimar su poder hipnótico, revolucionario, capacidad de conquista de los sentidos del hombre, su carga sensual, intensidad al comunicar, nombrar lo innombrable, más allá de las palabras. Se ha escrito con sangre, tinta y fuego.

 

Una capitanía de medio pelo encontró un canto, una épica fundacional

La poesía chilena tiene dos premios Nobel, un par de Cervantes, otros cuantos premios internacionales relevantes, Rulfo, Reina Sofía, José Hernández, Octavio Paz, trofeos, trofeos, y también poetas suicidas, jóvenes y otros ya mayores empujados por la soledad y las frustraciones de una vida maratónica de obstáculos, tan propias del gremio, el oficio y el manejo de algunos mayordomos de oficio en este oficio. Todos dejaron una obra significativa que trascendió su decisión fatal. Trasgresora, en ocasiones, fresca, nueva, renovadora, siempre más que palabras escritas verticalmente. Una sobria y discreta marginalidad, tal vez corrosiva, recorrió sus venas y cavó sus tumbas. Una sociedad ensimismada en la sobrevivencia y pasión por el mercado desde su subdesarrollo, no tiene entre sus intereses a estos personajes, viejos gladiadores que ingresaron a la arena poética armados de unas cuantas palabras, en el ejercicio de un oficio que nunca ha sido rentable. Lucharon con sus demonios y, desde su pasión y obsesiones, escribieron todo lo que pudieron y se les vino a la cabeza, se enfrentaron entre sí, arrastraron más de un poncho, coexistieron como pudieron, a regañadientes, perdonándose la vida, en pequeños círculos, solitarios, universidades, editoriales, sociedades, talleres, escribieron grandes libros, poemas reveladores, sorprendentes manifiestos, se cambió el curso de la poesía en habla hispana finalmente. Festejaron, sí, festejaron. No es poca cosa, para un país tan aislado, lejano, levantado sobre terremotos, tsunamis y matanzas históricas de su gente. Una capitanía de medio pelo encontró en la poesía un canto, una épica fundacional, un poco de sí misma, construyó parte esencial de su imaginario y, como dice el poeta, se hizo camino al andar. Al salir de Chile / ya camino al aeropuerto / una madrugada sin nombre / dejé mi ciudad llena de muerte / desapariciones / fosas comunes pisándome los talones / a mi espalda empujándome la imponente cordillera / pasos que borraban mis huellas / país de patas cortas / me dije / la infancia recogida en un puño / toda una vida en manos de la muerte / en el acero de esa madrugada / Un río oscuro atraviesa desde entonces la memoria / de ancestros y suicidas / La ciudad me va ignorando / sálvate, me dice, repite / como un estribillo de madre protectora / algo loca / Nada será igual a nada / me decías / todo se esfumará en el viento / de una nueva historia / No mires hacia atrás / este mundo no está para estatuas. / El viento seguirá moviendo las hojas / nosotros no volveremos. / El verano abrirá en la misma estación de siempre. / Y traerá frutos nuevos.

 

Gabriela Mistral se comprometió con su visión filosófica, política, geográfica, profundamente chilena.

La mano invisible del mercado y del olvido

Hacer una verónica sobre el pasado y lo pasado sería fantasear con lo que no somos, desconocer de dónde venimos, qué hicimos y por qué estamos dónde estamos y hacia dónde vamos. Preguntas trilladas que no pasan de moda / La poesía no es un gran negocio, / ni un juego para apostadores / ¿O quizás lo sea? Su ejercicio es una mudez disimulada, / la vitrina opaca de un papel ahumado / Si alguna representatividad tiene / puede ser en prestigiosos círculos académicos, / aparecer en ferias y festivales, / vivir en talleres, universidades, secretas sociedades de escritores / en habitaciones adolescentes / Suele producir algunas tesis, / no interrumpe a nadie ni quita el sueño, / pasa desapercibida, no desaparece, / permanece bajo su propia responsabilidad, / en una estación desconocida / Hoy los libreros con sus antifaces / suelen promocionarla en la oscuridad / de sus ocultas estanterías / libros expuestos / a que los encuentre / la mano invisible del mercado.

La solemnidad de la muerte la conocí a los once años cuando despedí a una Mistral embalsamada en Nueva York en la Casa Central de la Universidad de Chile, rumbo a la eternidad de su mítico valle de Elqui. “Quiero morirme en paz en este destierro que parece enteramente voluntario pero que no lo es”. Deambuló Gabriela por las escuelas de Chile de norte a sur, se hizo geografía la maestra rural y en la dura palabra que siempre le acompañó en Europa, América Latina y Estados Unidos, fue reina, como lo anunciara en su conocido poema: “Todas íbamos a ser reinas”, pero para Chile fue la Cenicienta. Se le acabó la geografía en Punta Arenas, donde lanzó desesperada unos poemas al mar, y partió a México invitada por su gobierno a educar en tierras aztecas. Se dijo que su poesía representaba “esencias retardatarias”. Es difícil, hasta para Freud, creo, traducir cierta idiosincrasia, manera de ver y aceptar, sobre todo reconocer al otro. Esa mirada del envidioso espejo roto, desconocimiento profesional de su obra, persona y regateo como intelectual, diplomática y mujer excepcional. Se ha dicho mucho, está en la memoria de nuestra historia literaria, y es bueno recordar semejante ninguneo olímpico a una poeta fundamental del habla hispana. Qué buen verso el de Lihn, como no recordarlo, y que titula un brillante ensayo de Grínor Rojo: Dirán que está en la gloria. Humillada como pocos, la autora de Tala, Lagar, Desolación, Poema de Chile, es un ejemplo notorio y notable del pago de Chile. Autora de una prosa impecable, protagonista de su época, nunca se limitó a las labores burocráticas consulares y al papeleo inútil muchas veces de la diplomacia y la burocracia. No dejó de escribir hasta el final de sus días, no fue seducida por editoriales o la fama y se dio tiempo para corregir una y otra vez sobre los libros ya impresos. No formó parte de los corrillos literarios ociosos y vagabundos. Tuvo sus cófrades y cómplices como cada uno de los grandes poetas. Se comprometió con su visión filosófica, política, geográfica, profundamente chilena. Fue una poeta visceral, absolutamente, absoluta. Hay que revisar su obra ninguneada. Terminó como comenzó, escribiendo de Chile, recorriendo casi sonámbula, pletórica, nostálgica, viva, presente, con sus fantasmas, la geografía que tanto amó y privilegió por sobre todas las cosas. No es la única, la primera, ni el último escritor olvidado de Chile, que el tiempo recupera con su manto protector.

 

De Rokha, patriarca de su propia palabra

A Pablo de Rokha, el amigo Piedra, lo conocí también en la Casa Central de la Universidad de Chile, en un ataúd, en aquellos días desolados para un poeta que había perdido dos hijos y a su esposa, ganado un Premio Nacional de Literatura tardíamente, de consuelo. Ya no le quedaba nada a este huaso de Licantén, zona central de Chile, de verso arriero, que escribió un libro tan chileno como la Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile, y degustó pantagruélicamente de sur a sur, mientras vendía sus libros de monumental tamaño que dedicaba con su firma colosal a lectores desconocidos de pueblo en pueblo. Le deben esa película a la poesía, a lomo de poeta por el sur, como si el fin del mundo esperara la visita de la palabra. Un poeta con una conciencia social que atraviesa toda su obra y la geografía que anduvo palmo a palmo como un profeta desolado en un reino perdido, cantó y contó su historia en medio de la soledad y un compromiso irrenunciable.

Con Neruda no se ahorraron epítetos y De Rokha quedó aislado políticamente y abandonado por la crítica, que prácticamente le sepultó en vida.

Autor de Idioma del mundo y Los gemidos, escribió a partir del compromiso con la república asesinada, como él la veía y vaticinó, con la vida y su propia precaria existencia. Desde su vozarrón a gestos, nada era pequeño en su expresión ni lenguaje, remarcaba grandilocuencia, un gran tremendismo casi de un vanguardismo barroco le rodeaba como atmósfera, nunca le abandonó y permaneció hasta el final de sus días. Veía y trató de explicar el “valor funeral de las cosas del mundo”. El joven Neruda, antes de enemistarse, dijo: “Y su libro entero es un solo canto, canto de vendaval en marcha que hace caminar a las flores, a los excrementos, a la belleza, al tiempo, al dolor, a todas las cosas del mundo, en una desigual caminata hacia un desconocido Nadir”. Es una cita de Gonzalo Rojas, quien incluye estos versos del poema “Demonio a caballo”. Por entre mundos, entre muertos, entre edades que desfilan muerte y vientres de siglos, en verde aceite de eternidad, amontonados, navego, a mil estadios de mí mismo, solo. Así fue su solitaria marcha.

En sus memorias, Confieso que he vivido, Neruda lo calificó de Perico de los Palotes. Cargaron una enemistad hasta la tumba. Parra no se quedó atrás, llamaba al verso rokhiano “poesía del toro furioso” y le dedicó un poema, que se resume en una frase lapidaria: “total cero”. Con Neruda no se ahorraron epítetos y De Rokha quedó aislado políticamente y abandonado por la crítica, que prácticamente le sepultó en vida. El más ninguneado quizás en una época de grandes poetas, no ocupó ningún lugar hasta después de su muerte. La mayor parte de los ejemplares de su libro Los gemidos (1922) fueron a parar al matadero, no de la palabra, sino donde se faenan las reses, a los puestos para envolver carne. La crítica oficial lo pulverizó y después el silencio puso sus pies frente al abismo.

También participó en esa vitriólica polémica literaria Vicente Huidobro, otro de los zares de la poética chilena de la primera mitad del siglo XX, un príncipe creacionista y malabarista de la palabra vanguardia. Huidobro y De Rokha antecedieron a Neruda, dice Rojas citando a Alone, el crítico oficial que defenestró a decenas de poetas. De Rokha apuró su final con una Smith & Wesson. Fueron los últimos gemidos del macho anciano, devastado por el largo túnel de aquellos días. El establecimiento no pudo evitar más tiempo y le dio el Premio Nacional de Literatura, casi se lo llevó al ataúd. Puso el cuerpo y la palabra hasta el final, vanguardista, explorador de lenguajes y realidades, su voz retumbaba de la cordillera al mar. Escribió algunos poemas dignos de cualquier antología chilena, es una voz indispensable, como todos los poetas que he ido e iré mencionando. Patriarca de su propia palabra. No fui rokhiano pero, sin dudas, integra la nómina de nombres importantes de la poesía chilena, la que fue acogida y muy reconocida tempranamente por Gonzalo Rojas, poeta que forma parte de los esenciales.

 

Lihn, protagonista de la palabra

Esta nota forma parte de una crítica que hizo constantemente Enrique Lihn acerca de su marginalidad en el entorno cultural chileno, aunque fue un escritor relevante, indispensable en la poética nacional, narrador, dibujante, performancer, un protagonista de la palabra en toda su extensión y no se detuvo hasta el final de sus días. Una de las visiones que más me impactaron, fuera de su obra, es que sostenía la literatura con pasión y obsesión, como una actividad posible para él o un autor que quisiera en verdad ser escritor. No lo veía de otra manera. Ajeno al oficialismo, a los manejos burocráticos, compromiso bajo cuerda, se mantuvo en la orilla sin caerse. Distante y cuestionador del establecimiento, como pocos, crítico sagaz, con autoridad, un mal ejemplo para el domesticado, vigilado, censurado Chile militar. Lo dijo en su momento para la historia: el horroroso Chile, un calificativo que produce espanto y dolor. No es un calificativo, sino una lacerante realidad. Por esos días del golpe la guillotina tuvo trabajo con los libros de Editorial Quimantú y el fuego milenario redujo a cenizas los libros prohibidos por el régimen militar. La suerte del silencio estaba echada, constituía un pasaporte a la vida. Por esos días, tiempos, aún andaba perdida La maleta de Raúl Ruiz. El cineasta un día hizo su propia maleta y se fue a París, para retornar a sus funerales en medio de los melancólicos fados portugueses. Ya había rodado y contado todas las películas con que había llegado al mundo. En esa época, en el 73, Chile había vuelto al cine mudo.

Con Lihn estuve dos veces en un taller de poesía que dirigía en la Universidad Católica, una magnífica experiencia, con argumentos sobrios, recuerdo, defendió mi poesía de una avispada poeta, trasgresora de todos los verbos. Varias veces lo vi en casa del poeta Waldo Rojas —un punto de encuentro cultural por esos días— y escuché siempre su opinión, visión, argumento sobre la poesía y su contexto, como del quehacer político y la marcha de la vida cultural y de las ideas. En algún artículo describió un día a Gonzalo Millán como el mudo. Millán diría en alguna entrevista que no se comunicaba con su poesía algo filosófica, de ideas, la de Lihn. Cada uno en su corriente y con poesía de estilo personal. Lihn escribió hasta el último día de sus días, como Millán, diarios de muerte. Entre sus versos dijo que no fue feliz, pero escribió y felicitó a Rimbaud porque: Él botó esta basura / yo le envidio su no a este ejercicio / a esta masturbación desconsolada / me importa un trueno la belleza / con su chancro

 

Esos días de horrorosa melancolía por la vida

Ejercía con devoción el oficio, obsesiva pasión, pero parecía incómodo porque no se cumplían probablemente sus expectativas, aunque todo el mundo sabía quién era y menos, al parecer un medio pariente de él, el crítico oficial de El Mercurio. Eso sucede cuando la cultura tiene poca relevancia y el control de los medios hace su trabajo sucio, administrando los espacios de acuerdo con sus intereses. A Lihn le tocó en pleno rostro el apagón cultural de la dictadura. Lo vivió incluyendo performances, libros, viajes, y compartió este momento trágico de la historia de Chile con su amigo de juventud, Nicanor Parra.

Bolaño afirmó en una entrevista: “Se podría hacer una Antología infame de Neruda”. La pregunta es: ¿conoció a Nicanor Parra más allá de su poesía?

De hecho un día me los encontré —ya lo he contado— y caminamos por Vicuña Mackena hacia el departamento de Lihn en las proximidades del parque Bustamante. En una pieza en penumbras, hablaban como dos Sócrates, en medio de una noche santiaguina muy oscura, densa, sospechosa, distópica y sin mucho porvenir. Varias veces me topé con Lihn en ese Santiago voyer-terrorista de Estado, donde éramos piezas de caza en observación. En las escalinatas de la Casa Central de la Universidad Católica. Yo sobrevivía con un escaso curricular y realmente perdido en la nada. Le pregunté por Neruda, recuerdo, y le hice el comentario de que había muerto. Y me comentó que el escenario mundial le favoreció. Lihn, dicen que recitaba de memoria poemas de Residencia en la Tierra. Hasta el final de sus días se negó a hablar con Neruda y junto a Parra, Bolaño y otros escritores, se obsesionaron con su obra, y el personaje se transformó en el más citado, comentado, criticado, tal vez, de la literatura chilena después de su muerte.

Bolaño afirmó en una entrevista: “Se podría hacer una Antología infame de Neruda”. La pregunta es: ¿conoció a Nicanor Parra más allá de su poesía? Gracias Roberto, por el silencio.

Gonzalo Rojas había tenido un round con Parra de cierto impacto. Lo recuerdo nítidamente, leí el poema en la revista Punto Final, quevedismo puro el de Gonzalo de Lebu, versos lapidarios: Antiparreando, remolineando / que Kafka sí, que Kafka no, / buena la cosa / roba-robando / se va Cervantes / entro yo. / Publiquen grande lo que escribo / que se oiga en USA y en Moscú / Sabes que más, Rimbaud: ni tú. / Me arrastro, claro, pero arribo.

Rojas retiró esas diatribas del mercado, no las editó en sus antologías, aunque quedaron plasmadas en una edición española, no siempre resultan los filtros por más celosos que éstos sean. Fue y es historia. Es difícil en estos vericuetos de la vida andar disparando a diestra y siniestra y no recibir un proyectil.

 

Parra: el factor Neruda

La vida de Parra puede llamarse gravitación Neruda. ¿Quién escribirá esa novela o ensayo? Alejandro Jodorowsky, artista y psicomago, amigo de juventud de Lihn, abrió un día en México, en una conversación casual con Bolaño, una caja de Pandora contra Neruda cuando le dijo al futuro autor de Los detectives salvajes: el poeta es Parra. De ahí en adelante el desconocido Bolaño, un francotirador nato del establecimiento poético y literario, no sólo se transformaría en un devoto de la poesía de Parra, sino que pondría en la mira telescópica de sus opiniones a Neruda y su poesía. Hay abundante material para documentar este episodio de la literatura chilena, y Parra no dejaría de mencionar un solo día, hasta los 103 años de su vida, a Neruda. Los poetas bajaron del Olimpo, dijo Parra en su célebre Manifiesto, pero pareciera que de tanto mencionarlo, lo había vuelto a instalar en el Olimpo. Y la pregunta no es ociosa: ¿existirían Parra y su antipoesía sin un referente del tamaño de Neruda? ¿Veía algo parecido a Moby Dick, una obsesión superior a sí mismo? La “ballena” estaba muerta y Parra continuaba hablando con ella, como si le motivara seguir luchando para seguir viviendo, retaba constantemente al fantasma, y finalmente se fue a vivir y a morir a la cordillera de la costa, en las proximidades de Isla Negra. Parra vivía en La Reina, en las faldas de la Cordillera de los Andes, y Neruda en la Cordillera de la Costa. El poema se titula “Viva la Cordillera de los Andes” y está incluido en el libro Versos de salón. Tengo unas ganas locas de gritar / Viva la Cordillera de los Andes / Muera la Cordillera de la Costa. / La razón ni siquiera la sospecho / Pero no puedo más: / ¡Viva la Cordillera de los Andes! / ¡Muera la Cordillera de la Costa! / Hace cuarenta años / Que quería romper el horizonte, / Ir más allá de mis propias narices, / Pero no me atrevía. Más claro echarle agua. Pero esta fijación se repetiría a lo largo de su larga vida de más de un siglo. Lo que más me sorprendió fue cuando me dijo, frente al edificio Diego Portales de la Junta Militar, compañero, qué vamos a hacer, se nos murió la catedral, en referencia a Neruda, poeta comunista además. La anécdota podría ser una más de tantas, pero la sorpresa es que Parra fue velado en la Catedral de Santiago, y era considerado un agnóstico. Algunos lo veneraban como a un cardenal de la poesía, tal vez, un santón con corbata verde y espuelas, pedaleando camino a San Fabián de Alico.

Parra se demoró diecisiete años en sacar su novedoso y disruptivo libro Poemas y antipoemas, en 1954, aunque algunos poemas ya se habían editado previamente. Todo lo demás sería historia, el llamado juglar por Neruda no se detendría más en su carrera por el cetro de la poesía chilena que dejaba el “prodigioso Neruda”, como le llama Gonzalo Rojas en una entrevista en España. Hay un solo sistema solar, poético e imaginario, que se llama Pablo Neruda y nada más. Con Residencia en la Tierra aprendimos a oler y ver el mundo, sentenció.

Octavio Paz, Amado Alonso, Bloom, Rodríguez Monegal, Loyola, Jaime Concha, y J. M. Cohen, entre otros críticos, ensayistas, destacan su obra como una visión materialista del siglo XX, que no es poca cosa, entre otras muchas.

 

Neruda dejó un verso clave, un verdadero mensaje: me seguiré viviendo. ¿Fue una trampa para Parra, que seguía hablando de él 45 años después de muerto?

Un monólogo para Broadway

¿Poco espacio para la poesía y muchos poetas? Podría ser un dato, lo cierto es que el control de los medios, después del 73, recortó el escenario cultural, más bien lo desmontó, invisibilizó, restringió, pauperizó, empobreció hasta proscribir la palabra y quemar los libros que pusieran a pensar. En esas circunstancias, el Arte se refugia en el silencio, la media lengua enferma y va desapareciendo. Se había producido un apagón cultural. La poesía se convirtió en una sombra aventajada de sí misma y los poetas se esfumaron hacia la diáspora. Unos cuantos se quedaron en universidades, en la clandestinidad, y se movieron en la orilla de cierto anonimato providencial. La marginalidad sacó carta de ciudadanía. La poesía se manejó en los círculos viciosos permitidos por el poder o en la clandestinidad, a capela, sin filtro, con algunas desafiantes performances, y posiblemente bajo el manto protector de un lenguaje de metáforas, imágenes, palabras, entregadas al disimulo y la simulación. Hubo castigos y consecuencias, a Lihn y Teillier les negaron el Premio Nacional de Literatura. Lihn fue ninguneado por el crítico oficial, como se ha dicho. Sin embargo, ese mismo crítico se enfocó en la obra de Parra de manera obsesiva con fines de redención. El antipoeta no escribía prosa, no se pronunciaba sobre sus pares, aparentemente, salvo raras excepciones, y Neruda fue su principal foco, aunque en vida del poeta todo lo manejó con ironía, una ambigüedad ladina, ciertos piropos, una admiración incontenible, y post mortem, una obsesión que no se dio tregua a sí misma, entre la obsesión y la admiración. Llegó a servir vino en su casa en una botella con la silueta de Neruda. Sostuvo un monólogo insuperable con un Neruda ya muerto en 1973, por más de cuatro décadas, como si lo necesitara de referente y requiriera de su aprobación de alguna manera para la marcha ascendente de la antipoesía. Neruda dejó un verso clave, un verdadero mensaje: me seguiré viviendo. ¿Fue una trampa para Parra, que seguía hablando de él 45 años después de muerto? Ese monólogo está esperando a Broadway y Ariel Dorfman tiene experiencia, lo conoció bien, vive en Estados Unidos y ello le podría abrir las puertas al esquivo, merecido, Premio Nacional de Literatura de Chile. Entre otros temas, habría que hablar de la casa de Isla Negra que Parra compró, y que al concluir su residencia en la tierra está escribiendo, tal vez, una nueva versión de “Veinte poemas de amor y una canción para no desesperarse”. Sus dos célebres poemas o antipoemas, “La víbora” y “El hombre imaginario”. Ambos son historias amorosas pasionales, algo shakesperianas. En estos días se reveló en la prensa chilena una conversación de Parra con el tema del hombre imaginario con un crítico confidencial de su poesía y que Bolaño incluye bajo el nombre de Sebastián Urrutia Lacroix, un clérigo derechista del Opus Dei en su novela Nocturno de Chile, que iba a llamarse Tormenta de mierda. Gracias, Bolaño, por esta novela indispensable para entender el Chile de Pinochet. El cura enseñaba marxismo, dice, al dictador. Fue un crítico literario reconocido, que escribe en la novela bajo el pseudónimo de H. Ibacache.

 

La poesía es algo personal

La poesía es algo personal, pero esta nota no tiene nada de personal o, si lo tuviera, forma parte de la generalidad en que se desenvuelve también la poesía cuando la observamos a distancia como si ningún poema fuera escrito por nosotros. La poesía es pura matemática, dijo una vez Parra. Es cosa de ver un teorema, ni una palabra, ni una menos. Durante largos diecisiete años, un ejemplo a imitar, busca su espacio y el color de sus vocales en la poesía chilena. Nunca creyó en los cien metros planos, fue un corredor de fondo, la maratón al estilo griego fue la prueba que se impuso a sí mismo y su meta era vencer a la sombra que corría a su lado y que no era la de él. Nunca sabremos si lo logró, porque no paró de correr como lo hacía Forrest Gump. Hasta Cancionero sin nombre, había sido una suerte de patito feo de la poesía entre los ya consagrados. ¿Se sentía poseedor de un cisne oculto? Y surgieron los Poemas y antipoemas, justo a la medianoche.

La diáspora atravesó casi todas las fronteras y sigue escribiendo hasta el día de hoy. El libro La ciudad, de Gonzalo Millán, es uno de los testimonios más representativos del exilio. Iniciado en Chile antes de partir, Millán lo terminó en Canadá. Recupera la historia, la memoria y el vacío que ha quedado. Los poetas no dejaron de escribir, llenaron también sus páginas de silencio, en México, Francia, Rusia, España, México, Argentina, Alemania, Colombia, Estados Unidos, Venezuela, Canadá, Panamá, Suecia, y hacia donde les llevó el desconocido viento de la diáspora.

La poesía es viento / la palabra silencio / no tiene más destino / que su propio destino / un hueco que en el aire / respira y se asfixia / un puente que abre / y adivina caminos.

Los de adentro y los de afuera testimoniaron, describieron paisajes, denunciaron los horrores y espantos, y la poesía cumplió cada una de sus funciones, donde el amor ocupó también la primera línea de combate. La extraña muerte de Neruda, a días del golpe de Estado, marcó la pauta de lo que vendría a suceder de ahora en adelante, no sólo a la poesía, sino a quien no pensara como la dictadura. La última vez que vi a Lihn, antes de partir de Chile, fue en las inmediaciones de la Estación Central, iba de prisa, en alpargatas, una mañana tardía, con un bolso colgante sobre el hombro. Patinó de un frenazo, nos saludamos y alcancé a preguntar para dónde iba. “A ver a Parra”, me dijo, “a Las Cruces”, la dupla seguía comunicándose, daban clases en la universidad, Escuela de Ingeniería. Divisé la vieja y emblemática Estación Central, como un icono de mi barrio y de Santiago, donde los trenes viajaban aún al sur y se detenían en estaciones que iluminan mi memoria hasta estos días. Una de las escenas interesantes, fijadas en la memoria, recuerdo, cuando me subí a un autito pequeño manejado por él, cuyos cambios crujían por todo Santiago, y uno no sabía si iba a llegar al destino. Lihn era impredecible, como la poesía, nunca terminará de expresarse. Oh, inefable señora / de dónde vienes, hacia dónde vas / y con quién disfrutarás / el sol de tus días / Escribo en mis noches noches / toda suerte de encuentros / viajes / y a los sueños / entrego estos días / y a ellos me debo.

 

Huidobro no recibió ningún premio en Chile, hijo de la oligarquía adinerada, de tradición, no tuvo aspiraciones en ese ámbito.

Una crítica oficial y parcial

Dos críticos literarios oficiales marcan una historia de hallazgos, arbitrios, olvidossantificaciones y dispensaciones varias. Alone y el cura Valente, ambos de un diario hegemónico, el más antiguo de América Latina. Se (en)cargaron el siglo XX y lo que va del XXI. Hubo otros que escribieron ensayos y volúmenes importantes sobre la obra de Neruda —Hernán Loyola y Jaime Concha—, más tarde la Mistral —Grínor Rojo—, Gonzalo Rojas, visto por Marcelo Coddou y Fabienne Bradu. Huidobro fue quizás el más cosmopolita de todos, publicó en Argentina, Francia, España, y se codeó con la flor y nata de la intelectualidad de su época, a principios del siglo XX. Fue autor de sus propios manifiestos, viajero adelantado, y Octavio Paz le llamó oxígeno invisible de la poesía contemporánea. Teillier se preguntaba: ¿qué poeta o escritor no tiene una deuda con Vicente Huidobro, aún sin conocerlo? Profético el forastero de Lautaro. La revolución estética del siglo XX llegó a Chile principalmente a través de Huidobro, cerraba el autor de El cielo cae con las hojas. Qué grato es escuchar a un poeta hablar bien, en profundidad, con sentido, de otro poeta. Millán me dijo una vez: “Huidobro se me crece cada día más”. Es cierto que ha habido feroces guerrillas poéticas en el pasado, celos, rencores, ninguneos al cuadrado, odiosidades, pequeñeces, arbitrariedades, egos, olvidos, crítica biliosa, oportunismos a la violeta, autobombos que competirían con la mejor orquesta sinfónica en el desierto o en la Antártica, pero también gestos de sentido reconocimiento, fraternidad y complicidad, amicales compañeros de juego. Neruda en su discurso del Nobel citó a dos poetas, Huidobro y Rimbaud, un gesto, al menos, aunque criticó al chileno, le dio la importancia que sin duda tiene para la poesía hispanohablante del siglo XX. Huidobro no recibió ningún premio en Chile, hijo de la oligarquía adinerada, de tradición, no tuvo aspiraciones en ese ámbito. Un intelectual vanguardista, sin complejo de aldea, ególatra supremo como tantos otros, irónico, paradojal, inteligente, se fue de viaje en viaje, como un cometa, Chile parecía no estar preparado para un personaje de esta naturaleza y brillo. Fue un gran crítico del provincianismo del país, de sus complejos, patas cortas, y lo dijo, quien se consideraba un antipoeta y mago, un pequeño dios. Muy temprano advirtió que el arte era un gran misterio, lo que Borges también señalaría a su audiencia de Harvard, iniciando el siglo XXI.

Lihn de alguna manera revisado por distintos autores, Pedro Lastra, Parra muy celebrado por Valente, descubierto por Lihn, Mario Rodríguez, Federico Schopf y otros académicos, revisitado por Bolaño y su entorno, entre otros admiradores. De Rokha contó con el brillante Juan de Luigi y fue un volcán solitario. Teillier acumulaba premios y la crítica en general hablaba de su poesía; Barquero, Naín Nómez, Uribe Arce, Arteche, Hahn, Armando Rubio, Anguita, andaban por otras carreteras y formaron parte de un nuevo elenco. Rosamel del Valle, Díaz Casanueva, Ángel Cruchaga, Braulio Arenas, también inauguraron en su momento legítimas rutas y escribieron obras fundamentales fuera del país. Por avenidas y calles inéditas, ramales, interjecciones, campamentos del pobrerío de Chile, deambularon no pocos poetas. Lejos también de la geografía nacieron y vivieron nuevas palabras, los poetas construyeron su propio mundo en grandes capitales lejanas a su hábitat de origen, revisaron la historia, profundizaron en la memoria y, como la Mistral, no salieron del valle desde su propia interioridad. Surgieron libros interesantes en otros países, desde AdánAltazor, de Huidobro, una parte importante de la obra de la Mistral, Residencia en la tierra, Neruda, TranstierroOscuro, Gonzalo Rojas, El blasfemo coronado, Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, Poesía de paso, Lihn, El viento de los reinos, Barquero, La ciudad de Millán.

No faltó la palabra, / sobre el espinazo de Chile, / su radical geografía, / la hendidura sombría / de la luz de su espíritu / Cada pedazo roto / todo su mar / el desierto, / todo puede ser memoria / escrita para volver a partir / empezar sobre un camino a inaugurar / una ruta sin principio / ni fin / donde el horizonte prolonga la patria y la palabra. / Se ven de lejos, inalcanzables / los astros pasar / por la frente alta de Chile.

Lihn, ninguneado por la crítica oficial y el poder, hoy es uno de los poetas más citados, leídos, nacional e internacionalmente, sobre todo.

Armando Uribe Arce escribió, dentro y fuera de Chile, su propia epopeya, sin guante abofeteó la dictadura y sus continuadores, sarcástico, honesto, valiente puso los puntos sobre las íes a los “Caballeros de Chile”. Poeta irreverente, militante, comprometido con la chilenidad, un caso especial de lucidez nacional.

La dinastía de los Rubio no puede pasar desapercibida. No he olvidado el rostro de Alberto Rubio, autor de La greda vasija, pasar un mediodía frente a unas casas en ruina y verjas de hierro que aún persistían en los tenaces escombros de Santiago. Fue Waldo Rojas quien me dijo, ahí va el poeta Rubio. En realidad no lo conocía. Así también conocí por una advertencia de Waldo a Hahn, en el centro de Santiago, quizás regresando de Iowa City. Dos poetas importantes, muy originales, emparentados justamente con un mundo propio, cotidiano, Rubio, y fantástico, Hahn. Padre y abuelo, Rubio, de otros dos poetas, herencia de sangre y palabra. Un desaparecido sensiblemente en el amanecer de la palabra y el nieto con una obra interesante en la virtuosa tradición familiar. Gracias, Waldo.

 

La poesía es un virus

Lihn, como hemos dicho, ninguneado por la crítica oficial y el poder, hoy es uno de los poetas más citados, leídos, nacional e internacionalmente, sobre todo. En una conversación con Hahn, según me entero por Internet, expresó su malestar al respecto de un crítico medio pariente, como cité más arriba, que lo ninguneó hasta el final de sus días. Pienso que no se debe depender de críticos, compañeros de juego poético, gobiernos, becas, amigos, porque la frustración podría construir una Cordillera de los Andes en paralelo. Hay autores que hicieron mutis por el foro a lo largo de la historia, Rimbaud, Pessoa, el mismo Shakespeare, aún, cuatrocientos años después, no nos dice en realidad quién era, pero su obra está en la condición humana. Borges nos enseñó mucho con el olvido de sí mismo, de hacerse pasar por Borges, el Otro, llegar a plagiarlo con la habilidad de un descarado virtuoso, que logró confundirnos. Fue hábil, no mantenía ninguno de sus libros en las repisas de su casa, así quién podría acusarlo. Este genial impostor odiaba la posteridad porque vivía en ella. Una de sus más fenomenales coartadas fue no mirarse a los espejos, les temía, porque terminarían por descubrirlo quizás, denunciar su existencia y repetirla infinitamente. Los jóvenes suicidas fueron más lejos, quemaron todas sus naves y el maldito francés que puso color a las vocales y pasó una temporada en el infierno abandonó el barco ebrio de la poesía y se instaló en la posteridad como Arthur Rimbaud. Inauguró el siglo con un feroz latigazo de una poesía nueva, precursora, y nunca se encontró a sí mismo en Harar, Etiopia, África. ¿Ya había trazado una ruta al surrealismo? Eso dicen.

Millán afirmaba, en una entrevista en Buenos Aires, que él tenía una teoría “viral” de la poesía. Mi último libro —sostuvo— se llama Virus y ahí planteo que la poesía funciona como un virus. Es una suerte de infección, de enfermedad. Y se interroga, como en diversas ocasiones lo hemos hecho de alguna manera en esta nota: ¿por qué practicamos este oficio tan absurdo, tan difícil, cuando las recompensas que ofrece no se corresponden con el esfuerzo? En Chile, por ejemplo, los bomberos son voluntarios, y yo creo que la poesía tiene algo de eso. Hay algo de filantrópico ahí, aunque el común de los mortales ni se entere de que la poesía existe, muchas veces. Y es cierto, no pocos poetas se sostienen como Gonzalo y durante mucho tiempo llegaron a pensar que la retribución que el poeta recibía era injusta, “entonces tendía a pensar que en las relaciones entre el poeta y el público había una injusticia, pero últimamente he llegado a ver que es una perspectiva errada. Que en realidad lo que hace uno es un don, que uno dedica su vida para hacer una ofrenda”. Ahora, si esa ofrenda es bien recibida o mal recibida no es problema de uno, remata el poeta.

Me pregunto si la poesía tiene la capacidad de apagar incendios. La interrogante no es tan al garete, porque vivimos en un mundo en llamas y se requiere un fuego mayor para neutralizar este calcinante caos. Una tarea pendiente, quizás. Gracias, Gonzalo.

 

La Generación del 60 y la del 80

Millán es de la Generación del 60, una época que no pudo ser mejor para nuestra realidad, la conformó un grupo de poetas de Concepción, Valdivia, Santiago, Arica, alrededor de unas revistas muy interesantes como TrilceArúspice y Tebaida. Poetas universitarios buscando sus caminos, nuevos derroteros, alejados de las históricas batallas de la tradición de capa y espada. Vinieron después de la Generación del 50, obviamente, la que hemos citado en varias oportunidades. Omar Lara en Valdivia, Óscar Hahn, Oliver Welden en Arica, Waldo Rojas, Hernán Lavín Cerda, Manuel Silva Acevedo, Hernán Miranda, Claudio Bertoni en Santiago, Millán, Quezada en Concepción, Floridor Pérez en Los Ángeles, Juan Cameron, Valparaíso, La Escuela de Santiago, Nain Nómez, Jorge Etcheverry y Erik Martínez en el Pedagógico de la Universidad de Chile, un foco intelectual destacado hasta 1973, no sólo en crítica literaria, poesía, sino novela, filosofía, que repercutiría en el ámbito nacional e internacional: Skármeta, Dorfman, Poli Délano, Jorge Guzmán, Carlos Cerda, Armando Cassígoli, Juan Rivano, José Ángel Cuevas. En 1971 obtuve el Primer Premio de Poesía de la FECH y tres años después desaparecí por cuenta y salvación propia, invisible, cero referencia en ese país. A propósito, recuerdo cuando Germán Marín, Waldo Rojas, Lihn, Carlos Ossa, hablaban de Claudio Giaconi, notable cuentista autor de La difícil juventud, quien desapareció por décadas en Nueva York. Se transformó en un mito, marcó a su generación y se esfumó. No podía creerlo. Se sabía que escribía una novela interminable. Un día llegó a Chile como si no hubiese pasado nada.

Todo poema se vuelve a reescribir en cada nueva lectura, el tiempo no mata la palabra, la revive.

Le faltan cuarenta años al siglo XX y otros veinte al XXI, hay muchos poetas en este largo y escabroso paréntesis que ocupó la dictadura y la “democracia protegida”. Son muchos y muy diversos, la lista sigue creciendo: Raúl Zurita, Diego Maquieira, Carlos Cociña, Elvira Hernández, Juan Luis Martínez, Elicura Chihuailaf Nahuelpan, encabezan, entre otros, la Generación del 80. Vanguardistas, neovanguardistas y todos los istas. Esta nota no es un inventario de nombres, sino un recurso arbitrario de la memoria con algunas coordenadas. Hay mucho de improvisación y selectividad no premeditada, porque hay escenas, autores, historias, opiniones, fijaciones de imágenes, intereses que han pugnado por expresarse, manifestarse como en una orquesta sin director. Los archivos revividos, a veces, son feroces, registran lo impensado y si permanecen es porque quieren ser contados.

 

Eslabones de la memoria y del olvido

La poesía ha seguido su curso, no necesita de promotores, sino de autores. Hay sombras poderosas en la poesía chilena como antecedentes, Whitman, Rimbaud, Baudelaire, los poetas ingleses, clásicos españoles, Quevedo, Góngora, Surrealismo, poesía italiana, norteamericana, filosofía y muchas más lecturas personales, de contrabando por casi secretas, camino al poema. Todo poema se vuelve a reescribir en cada nueva lectura, el tiempo no mata la palabra, la revive, se vuelve a presentar nueva, anónima, y convoca una sensación inédita de compartir ese momento con su autor. Recorría entre 2018 y 2019 las tumbas de los poetas del litoral, Huidobro, Neruda y Parra, tres corrientes, vertientes distintas de un mismo mar. Lejos de este paisaje está la Mistral, otro hito de la poesía chilena, descansando en la infancia de su valle. En ellos no nace ni muere la poesía chilena, hay muchos más nombres identificados a lo largo de este escrito. No están todos. No es una antología, ni es un estudio, ni ensayo, apenas un buceo por una memoria instalada en una memoria selectiva. Me detuve en las tumbas de Neruda, en medio del gentío, y la de Huidobro, solitaria, en una loma frente al mar. Y finalmente, la casa de Parra donde está enterrado en Las Cruces también mirando el mar. Esa tumba la adiviné, no se podía visitar en esos días. Cumplía con un ritual de mi propia historia, cerraba un círculo sin darme cuenta. Cuando era un niño conocí a la Mistral embalsamada y, ya un joven universitario, despedía a Pablo de Rokha, quien se había suicidado. En mi periplo por la poesía, en mi último viaje, busqué a Barquero, y no lo encontré. Este año, hace unas semanas, falleció. Intenté conocer y hablar con Armando Uribe Arce, tampoco me fue posible. Falleció a principios de 2020. En esta última visita a Chile, hablé por teléfono con Floridor Pérez, quería verlo y muere el mismo año 2019 cuando regresé.

David Rosenmann-Taub nos dice, desde su perspectiva más profunda, “he dedicado mi vida a mi vida, que es la poesía”; esta afirmación retrata a un autor original, misterioso, alejado del foco público y exhibicionista. “Soy esclavo de las necesidades del poema, de la exactitud y de cuanto ayude a evitar la traición del sentido”, postula en una entrevista. Un poeta que se radicó en Estados Unidos, autor de numerosos libros, músico, hijo de la diáspora, buscó desde un inicio saber quién era y se puso como meta conocer todo. Músico, dibujante y poeta, Uribe dijo que escribía para todos los tiempos y la misma crítica lo ha elogiado en todas las direcciones. Un inclasificable, que no lo veo candidato al Premio Nacional de Literatura. No podía dejarlo por fuera de estas notas porque, como la Mistral, ha estado conversando con Chile toda su vida. Muchos de los poetas han mantenido este diálogo más allá de sus vidas. De alguna manera ese es el telón de fondo de este artículo, y por ello simbólicamente lo he concluido con el poema “La toma de la bandera”, de Elvira Hernández, porque su poesía es memoria, lo que convoca a estas páginas desde su enunciado, título, a decir verdad.

Cuarenta y cinco años después —fuera de Chile— trabajo con estos eslabones de la memoria y del olvido, son las horas de vuelo acumuladas de un piloto en una época vital, irrepetible, donde el presente es más grande que toda la memoria y coincide con un tiempo iniciático de efervescente juventud. El centro estuvo en el Pedagógico de la Universidad de Chile, y en una intensa bohemia y encuentros literarios en casa de Waldo Rojas y escenas en Chile Films con Raúl Ruiz, entre otros momentos de pedagogía artística, literaria y vagabunda, materia indispensable para empezar a soñar y algo más. El pasado pareciera ser que es lo que finalmente nos va quedando, más que una acumulación de hechos, pasajes brillantes que se anclaron en la memoria con las voces de los compañeros de esos días, que nos visitan en el presente.

 

Con este historial, agosto vuelve a premiar un poeta, hay varios candidatos, como es costumbre, y se hace la advertencia de que sólo una poeta ha obtenido el lauro.

Del epilogar

La Mistral, Huidobro, De Rokha, Neruda, Armando Uribe Arce, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, Jorge Teillier, fueron críticos de Chile, su idiosincrasia —“raza espesa, brutal, raza de pacos y mineros”, dijo Lucila Godoy—, no titubearon en cuestionar el ser nacional y no por eso fueron menos chilenos. Fueron consistentes. Huidobro, De Rokha, pioneros junto a la Mistral, después vino Neruda. Otros poetas lo hicieron también a través de sus obras, Millán, Silva Acevedo, Barquero, Floridor Pérez, Omar Lara, Miranda, Cuevas, Zurita, Elvira Hernández, etc. Casi la mitad no obtuvo el Premio Nacional de Literatura, otros tardíamente y la Mistral ridículamente seis años después del Nobel.

Con este historial, agosto vuelve a premiar un poeta, hay varios candidatos, como es costumbre, y se hace la advertencia de que sólo una poeta ha obtenido el lauro. Un año emblemático, viral, quedará registrado en los anales, alguien recibirá su jubilación y pasará a la historia oficial de la literatura chilena. Tengo un par de nombres en mente, por cábala no los mencionaré.

Estas reflexiones dispersas en el tiempo y dueñas de la memoria, las escribí con la colaboración de la Mistral / Neruda / Huidobro / Parra / De Rokha / Gonzalo Rojas / Armando Uribe Arce / Efraín Barquero / Waldo Rojas / Lihn / Teillier / Millán / Silva Acevedo / Rolando Cárdenas / el Chico Molina / Raúl Ruiz / Oliver Welden / Omar Lara / Bolaño / a quienes les doy las gracias más sinceras.

Despido estos apuntes casi oníricos con un poema de una autora que desconozco, pero su palabra aquí arropa a todos los poetas de Chile con su bandera:

La toma de la bandera

Elvira Hernández

No se dedica a uno
la bandera de Chile
se entrega a cualquiera
que la sepa tomar

Nadie ha dicho una palabra sobre la Bandera de Chile
en el porte………..en la tela
en todo su desierto cuadrilongo
no la han nombrado
La Bandera de Chile
ausente

La Bandera de Chile no dice nada sobre sí misma
se lee en un espejo de bolsillo redondo
espejea retardada en el tiempo como un eco
hay muchos vidrios rotos
trizados como las líneas de una mano abierta
se lee
en busca de piedras para sus ganas

Una ignorancia padre aurea a la Bandera de Chile
……..no importa ni madre que la parió
se le rinden honores que centuplean los infalibles mecanismos
incipiente la Bandera de Chile allí
cien…………doscientos…………..novecientos
no tiene en otros el territorio de sus propios eriazos
no tiene en otros el fósil de su olla común
no tienen no tienen……hasta decir so de colores andrajos
no tienen………..no tienen……….no son

La Bandera de Chile se parte en banderitas para los niños y saludan.

La Bandera de Chile es un pabellón dijo un soldado
……….. y lo identifico y lo descubro y me descubro
…………………………del Regimiento de San Felipe
dijo soñaba el pabellón mejor que su barraca
………………………….. dijo dijo dijo tres dormitorios
ducha de agua caliente cocinilla con horno
………………………… aplaudieron como locos los sin techo
…………………………..La Bandera de Chile

Levanta una cortina de humo la Bandera de Chile
asfixia y da aire a más no poder
…………………………………… es increíble la bandera
no verá nunca el subsuelo encendido de sus campos santos
……………………..los tesoros perdidos en los recodos del aire
……………………..los entierros marinos que son joya

veremos la cordillera maravillosa sumiéndose en la penumbra

…………. ficticia ríe
………………….. la Bandera de Chile

………………… En otros tiempos
representa la Bandera de Chile
un 15% allí donde brilla la estrella para el 10%
representa
de blancos un 20% de muy pálidos
representa la Bandera de Chile en rojos La Bandera de Chile
…………………….nunca el 100% nunca
…………….el 100% del blanrrozul compacto
………………………………..hoy

Come moscas cuando tiene hambre La Bandera de Chile

en boca cerrada no entran balas

se calla

allá arriba en su mástil.

La Bandera de Chile es exhibicionista por naturaleza

A la Bandera de Chile la tiran por la ventana
la ponen para lágrimas en televisión
clavada en la parte más alta de un Empire Chilean
en el mástil centro del Estadio Nacional
pasa un orfeón………. pasa un escalón
dos tres cuatro
La Bandera de Chile sale a la cancha
en una cancha de fútbol se levanta la Bandera de Chile
la rodea un cordón policial como a un estadio olímpico
(todo es estrictamente deportivo)
La Bandera de Chile vuela por los aires
…………………………… echada a su suerte

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Textos que más se han Leído en la semana

Portada histórica de la Revista Extramuros83

Portada histórica de la Revista Extramuros83
Los tiempos complicados del período dictatorial en Chile, requerían de fuerza y valentía. Y Extramuros83 hizo lo suyo.