
CONSIDERACIONES EROTICAS.
por Cristián Vila Riquelme
Recomiendo
encarecidamente sumergirse en las tórridas y turbulentas páginas de la
literatura erótica: en las obras maestras del siglo XVIII, como en
algunas posteriores y anteriores (valga la redundancia). Y no sólo por
las conclusiones ex cathedra, cuyas proyecciones son fascinantes en
estos tiempos, sino por el puro placer del verbo. Puesto que cabe
destacar que en casi todas las novelas libertinas francesas del siglo
XVIII existe un verbo con muchas implicaciones: socratizar. Cuando se
describe alguna escena de sodomización se utiliza dicho verbo con un
brío pocas veces demostrado en algún manual de filosofía o de
lingüística que, eventualmente, pudiera utilizarlo. La filosofía o la
enseñanza, en este caso, se inocula por canales poco ortodoxos. Por
cierto, hay algunos que "en la realidad" cometen el crimen sin decir la
palabra filosófica adecuada. Pero, en general, el humor de los escritos
de marras consiste en que toda una concepción moral hipócrita, enrejada
en la dicotomía de lo público y de lo privado, de la real politik y los
principios, es echada por tierra. El desenfreno encuentra entusiastas
seguidores hasta en los templos de la virtud.
Pero lo notable de esta
palabrita, socratizar, es que viene del nombre de Sócrates, quien, como
todo el mundo sabe, no se contentaba solamente del tan manido "amor
platónico". En aquellas épocas pasadas, la acción contenida en el verbo
que homenajea a nuestro filósofo mártir no era considerada bajo ningún
punto de vista como algo impropio, y si bien se ha tratado de hacer
aparecer en algunos círculos la acusación hecha a Sócrates como algo que
insinúa una "desviación", la verdad es que dicha acusación le fue hecha
claramente por otras razones. A menos que dichas razones no hayan sido
tales y que una "desviación" oculta fuese el acto fundacional de nuestra
civilizada hipocresía.
Ahora bien, lo interesante es considerar que
la civilización occidental surge, lisa y llanamente, no sólo de la
antigua Grecia, sino que del filósofo al cual los libertinos del siglo
XVIII le verbalizaron el nombre. Civilización ésta, la de Occidente, a
la que los inquisidores de siempre defienden hoy día contra la
"decadencia moral" y la polución de la diferencia, en nombre de la
"moral objetiva" y de las "buenas costumbres"... Pero nuestros
libertinos del '700 abrieron la brecha por donde los flujos del cuerpo y
de la imaginación desbordaron los límites impuestos a nuestros
"instintos básicos" por una realidad y una razón que suelen caer,
también, en el terreno de la invención. La descripción detallada del
erotismo y de todas las voluptuosidades de la carne -aunque fluctuante
entre la admiración impúdica y el horror moral, entre la complacencia y
la denuncia-, coincide siempre en considerar al cuerpo como un templo al
que hay que alimentar con todo tipo de manjares y libaciones refinadas,
para que así recupere las fuerzas perdidas en los pliegues y
despliegues del exceso que, como se sabe, conduce al palacio de la
sabiduría. Estableciendo una equivalencia absoluta entre los placeres de
la buena mesa con los placeres del sexo. Mirabeau, por ejemplo, en su
Erotika Biblion, hace el catálogo de todas las variantes del placer,
"disolutas" o no, con el objetivo de "invertir los valores" hasta ahora
aceptados: con la noción de pecado, por ejemplo, que es una invención de
la vulgata, puesto que la acepción original (hatta en hebreo) quiere
decir "no conseguir el objetivo", "no dar en el blanco", "errar el
tiro".
Consideremos, entonces, para terminar, que lo extraordinario
de estas novelas libertinas es que nos enseñan que la imaginación y el
deseo nos llevarán siempre al placer de "dar en el blanco". Como dijo
alguien por ahí: "Cuando el cuerpo está encerrado, el espíritu se
venga".
editor
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