domingo, 21 de junio de 2015

Poesía, ¿Sólo lenguaje del mañana?

Por Renard Betancourt M.

(Santiago de Chile. Poeta y escritor chileno)

─ Leo, me gusta leer, pero sólo novelas, cuentos, algún ensayo, pero poesía,
no. ¿Sabes? No la entiendo…
─ ¿No la entiendes?
─ No, no puedo meterme en ella, quedo fuera… No sé…
─ ¿Estás segura? ¿Qué quieres decir con meterte en ella?
─ No sé, entenderla, involucrarme en su sentido…

Aseveración corriente incluso con personas cuya sensibilidad las más de las veces está a flor de piel, como se dice: no entiendo la poesía. Personas con vivo interés por contemplar arrobados un crepúsculo frente al mar o dadas a mirar las estrellas y el cielo cuando alcanzan noches ajenas a las grandes metrópolis.

Personas cuya existencia ha sido conmovida una y mil veces por la condición humana en sus diversas y dramáticas facetas. Personas cuya historia se ha escrito en el tapiz ardiente de nuestra América, en sus cuajarones de sangre y en su avatar hasta ahora siempre escurridizo y engañoso.

Personas cuyas vidas son un largo poema no escrito sino en la existencia misma, en la vida de todos y cada uno de los días. Personas, incluso, que tomaron alguna vez el abrupto camino de la redención de nuestros pueblos, involucrándose de lleno en la historia oscura, temblorosa, contradictoria, peligrosa, peligrosísima incluso, pero acérrima y cuantiosa. De fuego, al final de cuentas. Vidas poéticas por decir lo menos, que sin embargo, ante la interrogación, no dudan en afirmar: no, no entiendo la poesía, no puedo con ella. Eso es para los entendidos.

Hay la creencia nefasta de que la poesía sólo alcanza a quienes están en condiciones de “comprenderla”.

La poesía, al final de cuentas, no es más que la otra cara de la medalla del lenguaje (oral, escrito), la otra cara en un sentido de subversión, la subversión de la realidad desatentada que ofrece el mundo con su cohorte de injusticias, agravios y atropellos.

En ese sentido, efectivamente, la poesía es un lenguaje que apunta y convoca al futuro, a un futuro temerario, prácticamente temerario, donde la realidad ya ha sido agobiada y sobrepasada por la fuerza de hechos históricos hoy inconcebibles, o al menos ─y precisamente de eso la cultura dominante pretende convencernos─ imposibles de imaginar, de concebir siquiera.

Claro, la poesía, cuando es verdadera, auténtica, y no trepida en decir las cosas de la vida, de la realidad y de la irrealidad por su otro nombre, su nombre poético, entonces sólo puede ser subversiva, atentatoria en contra de los cánones estatuidos en cualquier orden de cosas. Atentatoria en contra de las fronteras impuestas a las vidas de todos nosotros, seres comunes y corrientes, es decir, seres de un día, fugaces y provisorios en la gran marea del cosmos y de la vida sobre el grano de arena que es la tierra girando perdida en la inmensidad, en las afueras de la inmensidad, para ser más exactos.

Pero en este punto cabe hacer una afirmación, a propósito de temeridades: la poesía no sólo es lenguaje de futuro, de un futuro donde la civilización haya alcanzado la sabiduría ─donde esto sea posible─ y una sociedad de equilibrio, justicia y paz; también la poesía es lenguaje de hoy, inmediatamente, urgentemente.

Es más, ahora más que luego se requiere de la actividad poética humana. Ahora, sobre todo, la poesía está convocada a alzar su grito, o su silencio, y a acompañar al hombre y a la mujer de todos los días a la vez que se lleva un pedazo de pan a la boca, o a la vez que bebe un trago de vino o, incluso, y más aún, si no tiene nada que llevarse a la boca y sólo le queda hambre y sed para compartir con todos los que tienen hambre y sed.

La poesía es un asunto urgente, de hoy.

La poesía ha sido siempre un asunto de hoy. Basta leer la carta del Jefe Piel Roja Seattle al Presidente de los Estados Unidos. ¿Acaso no es poesía? Basta encontrar en un muro, en cualquier ciudad convulsionada del mundo actual, el alarido del graffiti diciendo: ¡Viban los Compañeros! Pedro Rojas. Y no importa tanto que sea un César Vallejo quien lo escriba para un libro. La poesía está allí, viva, latiendo, germinando, convocando, exigiendo una atención distinta para ser asimilada, comprendida, dilucidada. Una atención que exige cada vez más el haber roto o el estar en vías de romper con los cánones narcotizantes y aturdidores que, por ejemplo, utilizan los medios de comunicación (televisión especialmente) para capturar y subyugar la conciencia de las personas.

Dicho de otro modo, y en palabras del gran poeta boliviano Héctor Borda Leaño, desgraciadamente tan poco promocionado en el resto de nuestro territorio latinoamericano, en el prólogo a su antología poética “Poemas Desbandados” (Plural Editores, Bolivia): “El autor cree que antes de elaborar un poema exquisito sobre un tema banal es preferible escribir, aún imperfectamente, una poesía que trate del hombre y sus circunstancias dramáticas y dolorosas.”

Este es el caso. El caso de la necesidad perentoria de nuevamente en nuestros países, en el mundo, sacar la poesía a la calle, arrancarla de las academias, de los libros especializados, codearla con el mundo, reivindicarla inmediatamente para la mujer y el hombre de todos los días, que por lo demás ya hacen uso de ella, la toman, la arrastran por los cabellos y finalmente la hacen suya.

Sin ir tan lejos, ahora mismo, mientras caminaba a altas horas de la noche ─porque en Santiago de Chile el transporte público es un desastre─ para llegar a mi hogar luego de una prolongada jornada de trabajo, al dar vuelta una esquina y a boca de jarro encontrarme con un joven desgreñado y algo gótico garabateando un poema en una muralla. Un joven desesperado en cierto modo, pero en cualquier caso un joven sediento de poesía y de cambiar las cosas. Un joven que aún con la lata de spray de pintura en la mano me ha echado una mirada cómplice o al menos buscado mi complicidad, mientras leo su verso en la muralla del puente sobre la avenida:

¡Doris, estoy enamorado de tus pechos y no sé qué hacer!

La poesía es un asunto de hoy y no sólo de un mañana nebuloso, carcomido por la lejanía. 

Crónica escrita en 2007.-

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