domingo, 27 de julio de 2014

DON SATURNINO OLIVARES, PESCADOR Y CUENTERO FINO


DON SATURNINO OLIVARES, PESCADOR Y CUENTERO FINO
Por Cristián Vila Riquelme
(el autor es escritor, Doctor en Filosofía por la U. de Paris-Sorbonne y columnista en diversos periódicos del país y del extranjero)


Lo llamábamos Don Saturno. Era un viejo pescador con el pantalón arremangado hasta las rodillas, un sombrerito que alguna vez debe haber sido recién salido de fábrica (de Donde Golpea El Monito por ejemplo), una camisa gruesa desabotonada desde el plexo solar hasta el cuello y una expresión entre burlona y sabihonda. Como casi todos los viejos pescadores de ese tiempo, era su manera de mirar el mundo. Solía salir solo en su pequeño bote (ya estaba viejo para remar con uno más grande) y, al menos como yo lo recuerdo (era yo un infante de no más de ocho años en ese entonces), se instalaba un poco más allá de La Isla (la roca inconcebible en medio de la caleta) a echar sus redes inagotables y mágicas, qué duda cabe. Porque en esas épocas prehistóricas el pescado abundaba en estas costas irredentas, los mariscos, el paisaje unánime y libérrimo de esta caleta olvidada (no existía aún ese horror de la pesca de arrastre aceptada por nuestros parlamentarios y nuestros gobiernos como algo necesario dentro de la globalización). Lo veíamos allá, tranquilo y consuetudinario, echando en su barca los frutos que recogía, perdido en quién sabe qué pensamientos náufragos o aventureros, con su infaltable sombrerillo sobreviviente de quién sabe qué batallas perdidas o ganadas. Era ya una leyenda.
A veces, nos sacaba a pasear a mi padre y a mí por la Bahía Horcón, contando unas historias delirantes de aparecidos, monstruos marinos, lunas demasiado llenas, descabezados galopantes sin rumbo, gigantes inconmensurables, amores inmoderadamente apasionados, sirenas. Mi padre, como buen psiquiatra enamorado de los relatos y de todas las artes, sólo atinaba a respirar grandemente el oxígeno marino y me dejaba a mí gozar de los entreveros cuentísticos de Don Saturno, como si hubiese intuido que me iba a transformar en un cuentero de tomo y lomo, es decir, en un escritor editado y, a veces, por qué no, premiado por sus esfuerzos denodados con la nada y con los fantasmas. Claro, los escritores siempre robamos historias de los otros, lo cual no es un crimen ni mucho menos, porque un escritor debe nutrirse de los Otros, de los demás. ¿Quién puede pensar, seriamente, que todo lo que contamos sale solamente de nuestra imaginación?
Don Saturno dejó una prole respetable. Son muchos los que en Caleta Horcón tienen algún grado de parentesco con ese viejo magnífico e inolvidable. Y todos se sienten orgullosos, porque fue un pescador emblemático: sacrificado, trabajador, porfiado, emprendedor, arriesgado. Se murió, además, a los 103 años de su edad. Sano, fornido y con esa mirada hermosa del que siempre está mirando en lontananza, como si siempre hubiese sabido adonde íbamos a llegar con esta modernidad atroz que de nada ha servido que no sea el terminar con los vínculos comunitarios y con la solidaridad y con los sueños. Levanto mi copa por Don Saturno y por la posibilidad de seguir porfiando con que, algún día, lo veremos otra vez echando sus redes detrás de La Isla, pero esta vez para siempre.

Crónica escrita en 2007.-

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