domingo, 21 de junio de 2015

Retaguardia de la vanguardia (Inside)


Sergio Madrid Sielfeld

En 1986, junto a mis amigos Alex von Bishoffshausen y Mauricio Barrientos, realizamos un evento poético que denominamos Retaguardia de La Vanguardia. El título lo habíamos sacado de una entrevista hecha a Roland Barthes, en la que se ubicaba en la retaguardia de la vanguardia. Según Barthes, ser de vanguardia es saber qué está muerto, noción que nos atraía sobremanera. Él decía saber qué está muerto, pero que aún amaba esos cadáveres, por lo que se situaba en la retaguardia de la vanguardia. Nosotros quisimos emular esa manera de auto ubicarse en la tradición. Se trataba de sostener una posición crítica con respecto a la tradición, sin por ello tener que renunciar totalmente al pasado, de donde había mucho que sacar. Éramos, sin saberlo, unos chicos auténticamente posmodernos. Rescatábamos, eso sí, de las vanguardias históricas el sentido de la camaradería. De hecho, creo que Retaguardia de La Vanguardia fue principalmente eso: una acción de camaradería en un mundo desolado.
El evento tuvo lugar en el invierno de 1986, en la Sala Rubén Darío, más conocida entonces como Sala El Farol, de la Universidad de Valparaíso, que estaba a cargo del pintor Álvaro Donoso. Ese invierno fue muy lluvioso, por lo que tuvimos que correr una o dos semanas el evento. Para nosotros, se trataba de un magno evento, con el que marcábamos un comienzo, un adelante, una vía para los “horribles trabajadores”. Los afiches los diseñó Alex, que tenía a su haber estudios de Arquitectura: lamentablemente no conservo ninguno de ellos, pero tenían sin duda un aspecto compacto, en el que nuestros nombres se presentaban en tres líneas continuas, y donde no había ningún tipo de especificación respecto del género de la presentación que ahí se refería. En el diseño del escenario, participó Juan Luís Moraga, amigo arquitecto que se reunía permanentemente con Juan Luís Martínez y con nosotros en el café Samoiedo chico en Viña del Mar. Estaba concebido de tal manera que se podían proyectar diapositivas desde atrás del escenario, sin que se pudiera distinguir el motivo que las diapo contenían, produciéndose un efecto de difuminación de la imagen, o al menos eso era lo que pretendíamos. Nos apoyaron logísticamente el escultor Iván cabezón y Ángel, amigo de aquél, y auxiliar de la Sala. Sobre nuestras cabezas, tres luces cenitales producían un efecto blanco y negro, del todo teatral. Y, para completar el ambiente, sonaba de fondo música concreta. Nosotros, simplemente, con un micrófono cada uno, y cada uno aislado por su foco, leíamos nuestros poemas.
La Sala estaba llena. Y el evento fue, como se dice, todo un éxito. Cosa que no era extraña en esos días. Hiciera uno lo que hiciera, en tiempos de Dictadura, tratándose de actividades “culturales”, las butacas se llenaban. Eso duró hasta el advenimiento de la democracia. Cuando ésta llegó, cada vez se fue haciendo más difícil llenar ese tipo de espacios. No sé si ese es un fenómeno universal, pero da para pensar que en esa época cualquier evento que se realizara en un subterráneo, causaría curiosidad. No creo, por supuesto, que esa acción de arte haya tenido un impacto trascendente en la cultura regional, sin embargo esa acción ha sido hasta ahora, al menos para mí, y lo digo de una manera muy personal, mi verdadera retaguardia artística, un cuerpo de imágenes que te hablan de un origen, un grupo de amigos que te siguen dando ese espaldarazo inicial, una época como una oscura ola sobre la cual supimos, de algún modo, surfear. Como un pueblo interior, que legitima todos los levantamientos posteriores.
No fue hasta 1992 que publicamos el libro Retaguardia de La Vanguardia. Se nos sumó Juan José Daneri, a quien conocí en la Universidad. Era un muchacho de Rancagua, de aspecto muy snob, que estudiaba inglés, escribía poesía, y que había estado presente en el evento de 1986. Concebimos un libro en el que confluían cuatro obras poéticas, sin criterio antológico. Esas cuatro confluencias eran también la confluencia de cuatro vidas. Para llegar a ese libro hicimos zamba y canuta. Indagamos en la frivolidad más extrema. Bebimos. Hicimos, como se dice, una vida peligrosa, una vida imposible, excesos y locuras. Nuestras mujeres nos abandonaron. Entonces, Alex vendió el auto y unas joyas que le devolvió su ex-novia. Con ese dinero financiamos un año de juerga y de júbilo desenfrenado, y finalmente la publicación de Retaguardia de La Vanguardia, bajo el sello Altazor. Y lo lanzamos multitudinariamente en la Sala Viña del Mar. En 1993 publicamos un pequeño libro denominado Los Novios de Ariadna. Ese fue el canto del cisne.
En la actualidad, Alex von Bischoffshausen vive en Puerto Natales, y administra un Lodge frente a los Cuernos del Paine. Juan José Daneri vive en Estados Unidos, donde se dedicó a la vida académica. Mauricio Barrientos vive en Santiago, donde hace talleres y sostiene junto a Mario Artigas la editorial Pentagrama. Y todos sabemos que nuestra vida del pasado, está muerta. Sin embargo, y no me cabe duda, aún amamos los cadáveres que fuimos dejando en el camino.

Crónica escrita en 2007.-

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