
ENRIQUE LIHN EN VIÑA DEL MAR
Sergio Madrid Sielfeld
Poco
 o nada se sabe de las visitas sistemáticas realizadas por Enrique Lihn a
 Viña del Mar en el año 1983. No haré referencia hoy al gran contexto 
histórico de entonces, pero sí al micro contexto regional que vivíamos 
poetas mayores y menores. Yo era uno de esos poetas menores, por no 
decir un niño que, lleno de curiosidad, transitaba la ciudad todavía en 
uniforme de colegio. Visitaba por entonces a los amigos de la Librería 
Altazor, Patricio y Marcelo González, lugar que se erigía como un 
verdadero centro secular de la vida intelectual de esos años. Enumerar a
 todas las personalidades que por ahí pasaron, y las actividades, tales 
como lanzamientos de libros y revistas, así como las contigüidades con 
otros centros de actividad cultural, requeriría sin duda un merecido 
artículo aparte. En este espacio me centraré en la figura del poeta.
Recuerdo que fue Sergio Holas quien me entusiasmó para asistir a un 
Taller que realizaría Enrique Lihn en el Instituto Zipter, ubicado por 
entonces en la Av. Libertad, frente a la Iglesia Las Carmelitas, en una 
de esas casas señoriales que por lo general no sobrevivieron ni al 
terremoto del ochenta y cinco, ni al posterior auge de la construcción 
de edificios comerciales. Recuerdo que el ante patio estaba cementado y 
que había un gran letrero con el nombre del Instituto. El sociólogo y 
poeta Mario San Martín (Antonio Vieyra), era quien había usado sus 
influencias para generar estas reuniones con el poeta, a quien, amigo y 
confidente, quería por este medio prestarle una ayuda económica. Antonio
 ocupaba, si no me equivoco, algún cargo directivo en esa institución. 
Así fue como partí una tarde en compañía de Holas, mi tocayo, desde la 
Librería Altazor, ubicada por entonces en el paseo Nuevo Centro en Av. 
Libertad con Uno Norte. La Avenida Libertad, siempre frondosa, 
constituía una caminata muy llevadera, a pesar de que terminara en 
Quince Norte con el Regimiento Coraceros. Afuera del Instituto Zipter 
estaba el poeta, de pie, conversando con una docena de interlocutores, 
que poco a poco fui distinguiendo y conociendo. Esta especie de 
pre-calentamiento conversatorio se produciría todas las semanas que duró
 el Taller. En la vaguedad de mi memoria me parece distinguir muy 
claramente al siempre bien ponderado Abel González acaparando a Lihn en 
las previas, en conversación muy entusiasta. Recuerdo también muy 
claramente, entre otros, los rostros del por entonces flaquísimo 
Alejandro Pérez, Juan Cameron, Udo Jacobsen, Marcos Riesco, al 
entrañable Mauricio Barrientos, Manuel Espinoza, Freddy Flores, Fernando
 Rodríguez, y la figura iluminada de Juan Luis Martínez. Muchos de estos
 personajes se me aparecían por primera vez y para siempre.
Enrique 
Lihn nos entregó una serie de fotocopias que contenían autores modernos 
como Baudelaire, Nerval, Rimbaud, así como autores hispanoamericanos: 
Vallejo, Neruda (de las Residencias) y Mistral. Lihn se dedicaba a 
comentar algunos de estos poemas y se iniciaban conversaciones que 
debieron resultar muy interesantes. Mi ignorancia de juventud no me 
permitía acceder del todo a ese lenguaje que mucho debía al 
estructuralismo francés. Sin embargo, recuerdo especialmente la lectura 
que hizo de El fantasma del buque de carga de Neruda, poema que me 
impresionó para siempre. Hubo otra sesión donde Juan Cameron leyó un 
largo poema en ciernes, y que Lihn comentó polemizando sobre algunos 
aspectos. Creo que para Cameron esa experiencia debe haber sido un buen 
aporte para ese libro, por lo demás distinto al resto de su obra, 
llamado Cámara Oscura, y que publicó en 1985.
Finalmente el Taller 
se fue deshaciendo solo. Al parecer nadie pagaba sus cuotas, y no creo 
que nadie por esa época se sintiera en ánimo de cobranzas.
Volvimos a tener la presencia de Lihn en 1986, haciendo un Taller que 
tomó visos muy distintos, esta vez en la calle Las Heras en Valparaíso. 
Lihn planteó el tema de la anti-utopía y traía consigo un guión ad-hoc 
con el fin de hacer una película. La película nunca se realizó, pero sí 
hubo reparto de actores y algunos ensayos. Quien les habla fue uno de 
los afortunados, me asignó el rol protagónico de Pancho, un Príncipe que
 se enamoraba de una pueblerina que vivía en la periferia de Valparaíso,
 zona prohibida por la autoridad. En ese tiempo era muy común usar la 
elipsis y la alegoría para referir la Dictadura y el derrumbe moral que 
traía consigo. Lihn me dio un palmoteo en el hombro y me preguntó: —¿Has
 actuado alguna vez?. Ante mi negativa, me dijo sonriente: ¡No importa!.
 Y quizás esas fueron las únicas palabras que intercambiamos alguna vez.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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