
CRÓNICAS IMPERTINENTES
Por Juan Cameron
(Valparaíso, Chile. Poeta)
Jean Braudillard y los premios literarios
Con
la humildad requerida por el caso voy a referirme a dos citas
apropiadas para esta ocasión. La primera es una sentencia del preclaro
filósofo Jean Braudillard según la cual “La historia que se repite se
convierte en farsa./ La farsa que se repite se convierte en historia”.
La segunda es un simple verso mío, un título más bien hallado al azar:
“El poder comunal corrompe a los más necios”.
Como el pensar y el
escribir me ha significado siempre un extraordinario esfuerzo, ha sido
la perseverancia mi única tabla de salvación para sobrevivir en el
empeño. Empero, por insistencia y tozudez, algunos premios literarios
ingresaron a mi escuálida bolsa, entre ellos el magnífico reconocimiento
del Consejo Nacional del Libro, en Poesía, y el no menos codiciado, a
nivel local, Municipal de Literatura. Cierto respeto a las normas de
ortografía, una suerte de gracia escritural, en fin, han creído ver los
técnicos en la materia para beneficiarme. Pequeños méritos que, sin
embargo, me permiten referirme a estos temas.
Les contaba de
Baudrillard porque, como nos ocurre a menudo a la mayoría de los no
integrados a la estupidez, siempre pensamos en situaciones que, años
después, descubrimos descritas durante nuestra infancia por ciertos
pensadores contemporáneos. El problema es que nosotros los leemos cuando
viejos. El caso es que a mí la situación actual me parecía, así como la
falsedad de la palabra que al mencionarla esconde lo contrario y toda
la farsa de no ser, una representación teatral. Podría ésta llamarse la
Democracia, la Libertad, la Soberanía o llevar cualquier nombrecito de
aquellos tan fáciles de expeler a pecho descubierto. De joven veía yo a
los escolares jugando a ser diputados, a los contertulios pretendiendo
filosofar, a quinientos aficionados que sostenían ser poetas. Recuerdo
una impresionante columna de El Cabrito que leía entonces con orgullo;
se llamaba “Cómo Chile llegó a ser una gran Nación”; así, con
mayúsculas. Con el tiempo me di cuenta que todo no era sino una simple
intención, cuando lo era; nada en verdad existía como tal sino en su
mera puesta en escena.
Al cumplir mis primeros sesenta comencé a
leer a Baudrillard. Así como Artaud, así como Cortázar con su maldito
hombrecito que corría junto a su autobús –a mi autobús- el francés me
había plagiado la idea antes de yo imaginarla siquiera. Pero no importa,
la cuestión es la siguiente: lo corrupto, lo tonto, reemplaza lo
legítimo tal como la palabra sustituye lo inexistente.
El caso de los
dos premios enunciados más arriba es un buen ejemplo de lo que legítimo
y de lo que no lo es. Guillermo Rivera, un poeta en serio, nacido en
Viña del Mar en 1958, obtuvo el premio en el concurso Mejores Obras
Literarias, en mención poesía inédita, para este reciente 2007.
Merecido reconocimiento a nivel nacional; el MOL es algo más que la
Lotería de los poetas. Ya le había dicho que concursara; que si lo
hacía, lo ganaba. Al comienzo me dijo que no, que no se tenía confianza.
Por suerte se atrevió; y eso me llena de orgullo.
Pero no todos
siguen los consejos. Hace unos días me llamó por teléfono Arturo Morales
para consultarme sobre el escritor Eduardo Correa Olmos. Me sorprendí
un poco, confieso; no conocer a Correa, al menos en esta ciudad, es como
no enterarse de quien es Jotamerio Arbeláez o el Toño Cisneros a nivel
del continente. Le indiqué los datos del autor, sus premios y sus
méritos y, cuando me anunció que era –como él- uno de los postulantes al
Premio Municipal de Literatura, le dije a modo de consuelo “siga
concursando”. Correa estaba cantado para el premio; podía hacerle el
peso solamente Carlos Tromben, un muy buen novelista, un tipo
respetable; pero aún es demasiado joven para tamaña nombradía. Y, sin
embargo, mi amigo Morales, sin trayectoria ni mérito ni calidad
suficientes, fue beneficiado con el premio. ¿Había cometido yo un error?
¿Se utilizó mi información para alterar la decisión del jurado a través
del impertinente “lobby”? Perdone el lector tan detestable palabra;
pero el Concejo pasó sobre la decisión del jurado –integrado nada menos
que por Cristián Vila, Alvaro Bisama y Darcie Doll- que ya había
decidido de conformidad a la calidad literaria de los postulantes y, por
una resolución política, amiguista, de pasillo, dictaminó otra cosa.
Releo
a Baudrillard: “todo está desde ahora condenado a la maldición de la
pantalla, a la maldición del simulacro. Estamos en un mundo donde la
función esencial del signo es hacer desaparecer la realidad y, al mismo
tiempo, velar esta desaparición”. Decir que los concejales ignoran sobre
estas cuestiones está demás; eso ya se sabe; es un lugar común. Cuanto
importa es la cuestión axiológica. ¿Puede la autoridad juzgar sobre
cuestiones que no le corresponden sólo por ser autoridad? ¿Son autoridad
los funcionarios públicos? Esto es un abuso de poder; una necedad. Pero
aun más indigerible resulta forzar un reconocimiento para sí mismo;
sostenerse en avales de poca monta, ampararse en “el partido”, sentarse,
en definitiva, en la realidad para obtener un beneficio personal.
Rivera, en cambio, se mantiene en silencio.
Crónica escrita en febrero de 2007.-
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