
Cien Años, Segunda Parte
Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física
“Unámonos como hermanos que nadie nos vencerá”
Cantata Santa María, Luis Advis
Escribí
la primera parte de este texto como simple relato de experiencias.
Datos positivos, inspirado por los historiadores que escuché en el 2º
Encuentro, impresiones, siguiendo de un modo más prudente el estilo de
la Profesora Illanes, y de las emociones estudiantiles, que ya no tengo.
Me pareció preferible distinguir ese plano de otro, más explícitamente
político, analítico y de tesis. Es lo que quiero hacer ahora.
Una
experiencia más, sin embargo, como punto de partida. En la noche del
miércoles 19 de Diciembre pude ingresar a la Escuela Santa María, tomada
desde hacía varias semanas por dos sindicatos, apoyados por
estudiantes. Asistí a un foro: “Pensando formas de organización”.
Exponían varios dirigentes sociales de base, representantes de
organizaciones de muy diversa envergadura. Unas treinta personas casi
llenaban una de las salas de clase. Un número difícil de establecer en
realidad, porque la gran mayoría curiosamente salía y entraba
continuamente, sin llegar a escuchar completa ninguna de las ponencias.
El
estilo de los expositores, enfático, golpeado, abrumadoramente
repetitivo, quizás justificaba esta circulación. En realidad en
cualquier momento en que uno ingresara a la sala, con leves variaciones
locales, se podían escuchar casi las mismas ideas. Las dos palabras que
más se repetían eran “unidad” y “traidores”. “Debemos unirnos”,
“dirigentes traidores”. Una paradójica mezcla de esperanza contenida y
profundo desencanto recorría las exposiciones. Desde luego una enorme
ira.
Un recuento, difícil, de lo expuesto podría resumirse en lo
siguiente. Una preocupación mucho más urgente por las formas de
organización que por los contenidos. Muy por sobre el título del foro, y
a pesar de las reivindicaciones puntuales planteadas con vehemencia. Y
un contrapunto dramático entre los reiterados “debemos unirnos” y los
enfáticos “no podemos permitir que...” Dramático porque mientras los
primeros eran genéricos, moralizantes y algo vagos, los segundos eran
precisos y terminantes, impidiendo de manera visible toda esperanza de
unión.
En algún momento los panelistas mismos empezaron a entrar
y salir, y luego se agregaron tres o cuatro a los seis que ya habían
hablado. Se obtuvo una conclusión sumaria, que muy pocos escucharon, y
se levantó la sesión, sin más perspectiva que la decisión de mantener y
apoyar la toma de la Escuela, y algunos aplausos. Me quedé con la aguda
impresión de que lo que había visto era el vivo retrato de una de las
izquierdas chilenas. La izquierda pobre, precaria, dividida,
dramáticamente ineficaz. Ya he relatado en la primera parte de este
texto algo del contrapunto, de la izquierda que conmemoró junto a la
playa. La izquierda oscura, innoble, corrupta.
Como este es un texto de tesis, puedo avanzar una: no habrá izquierda real en este país mientras gobierne la Concertación.
Dos
veces ya la izquierda ha puesto su 5% objetivo para sacar a Lagos y a
Bachelet. Lo que se ha obtenido es que el movimiento social organizado,
que lo hay, en la CUT, la ANEF, el Colegio de Profesores, los sindicatos
mineros y madereros, ha permanecido congelado, entre las bravatas y las
prebendas, con conquistas miserables, muchos eventos caros para
dirigentes, y absoluta falta de voluntad para producir movilizaciones
mayores. Algunos han obtenidos fondos para memoriales y conmemoraciones,
locales de partidos, reales o en plata, fondos para las escasas ONG que
no han pasado directamente al aparato del Estado, eventuales pactos de
omisión. Otros, sobre todo los movimientos de pobres y de jóvenes, sólo
han recibido manipulación, engaño y desencanto a manos llenas.
Esto
no puede repetirse. Hoy el principal enemigo de la izquierda en Chile
es el enorme poder de cooptación por parte del aparato del Estado. Un
requisito mínimo para la rearticulación es quedarse de una buena vez sin
los Fondart, los fondos de “desarrollo social”, las prebendas en los
municipios que se comparten con la derecha, las “donaciones” desde la
Presidencia de la República, los proyectos para reanimar ONG, las
peguitas en las Secretarías Regionales e Intendencias, los eventos a
todo trapo para que los dirigentes sociales “estudien” o “reflexionen”,
los cinco diputados cagones que podrían darnos simplemente para que la
ley electoral se mantenga sin cambios de fondo.
Propongo una
segunda tesis: sólo elaborando un pliego breve, claro y contundente se
pueden ordenar las innumerables reivindicaciones sectoriales que, por
muy justas que sean, hoy dificultan la unidad real de los múltiples
actores de la presión social. No hay que buscar mucho, la lista es más o
menos obvia:
- re nacionalización del cobre,
- fin a la Constitución del 80,
- nacionalización de la deuda externa estatal, y fin al aval estatal de la deuda externa privada,
- re nacionalización de los servicios estratégicos de energía eléctrica, gas, agua y comunicaciones,
- drástica reducción del costo del crédito y fuerte royalties a toda exportación de capitales y ganancias.
Por
supuesto que de esto deriva un enorme número de reivindicaciones
económicas, políticas y sociales. Y cada sector hará las suyas. Pero he
puesto énfasis en estas:
- porque son la condición de posibilidad de todas las otras,
- porque apuntan directamente a la esencia del modelo económico imperante,
-
porque es en torno a ellas que se puede hacer política estratégica, más
allá de las urgencias inmediatas, ciertamente atroces cada una de
ellas.
La izquierda, al menos la izquierda, debe hacer política
estratégica radical, debe ordenar sus diferencias en torno a un
horizonte global, debe apuntar hacia más allá de la política inmediata.
Pero
esto conlleva una tercera tesis, algo más teórica: se debe ir más allá
de las falsas dicotomías entre lo global y lo local, entre la unidad y
la diversidad, entre las formas de lucha o de organización.
No
sólo hay de hecho sino que debe haber muchas izquierdas. La gran
izquierda no puede ser sino un conglomerado en red de muchas
organizaciones, que tengan diversas formas y alcance, que tengan
intereses diversos, e incluso parcialmente contradictorios entre sí. Lo
que necesitamos no es un partido único sino una red. No necesitamos una
línea correcta sino un espíritu común. Un espíritu común ordenado en
torno a esas demandas globales que he señalado. Una amplia voluntad de
conectar las demandas sectoriales a esos objetivos globales que, como se
habrá notado, son bastante definidos y concretos. Una amplia voluntad
de aceptar como parte de las muchas izquierdas, de la gran izquierda,
toda clase de formas de organización y de expresión que quiera
reconocerse en esos objetivos.
Pero es necesario para esto una
cuarta tesis: la rearticulación de la gran izquierda sólo es posible si
se abandona la estéril y fraticida polémica entre “revolucionarios” y
“reformistas”. La más profunda y dañina dicotomía que hemos heredado de
la racionalidad mecanicista del enemigo.
Reforma y revolución no
deben ser pensadas como alternativas sino como inclusivas. Todo
revolucionario debe ser como mínimo reformista. El asunto real es qué
más, qué horizonte radical buscamos desde las iniciativas reformistas
que emprendemos. Todas las peleas hay que darlas. Lo local, lo
cotidiano, lo pequeño, no es menos significativo para el que lo sufre
que lo grande y lo global. El asunto es más bien el espíritu, el
horizonte desde el que damos cada una de esas peleas locales. Alejarse
de lo local aleja tanto de la revolución como quedarse en ello. Toda
lucha local que quiera inscribirse en el horizonte de la gran izquierda y
su espíritu debe ser respetada y, eventualmente, apoyada. El camino de
nuestra revolución pasa por los objetivos estratégicos que he señalado, y
ese es, y debe ser, un camino que contenga toda clase de tamaños,
formas, ritmos y colores.
Cuando se habla de “revolución”, sin
embargo, debemos ser claros en que estamos hablando finalmente de la
abolición de las clases dominantes. Estamos hablando, en buenas cuentas,
del fin de la lucha de clases.
Al respecto me permito una quinta
y última tesis: hoy la gran lucha de la gran izquierda no es sólo
contra la burguesía, es también contra el poder burocrático. Es la lucha
histórica de los productores directos, que producen todas las riquezas
reales, contra el reparto de la plusvalía apropiada entre capitalistas y
funcionarios. Los burócratas, como clase social, organizados en torno
al aparato del Estado, pero también insertos plenamente en las tecno
estructuras del gran capital y de los poderes globales, los burócratas,
amparados en sus presuntas experticias, fundadas de manera ideológica,
son hoy tan enemigos del ciudadano común, del que recibe un salario sólo
de acuerdo al costo de reproducción de su fuerza de trabajo, como los
grandes burgueses.
El dato contingente es éste: la mayor parte de
la plata que el Estado asigna para el “gasto social” se gasta en el
puro proceso de repartir el “gasto social”. La mayor parte de los
recursos del Estado, supuestamente de todos los chilenos, se ocupan en
pagar a los propios funcionarios del Estado, o van a engrosar los
bolsillos de la empresa privada. El Estado opera como una enorme red de
cooptación social, que da empleo precario, a través del boleteo o de los
sistemas de fondos concursables, manteniendo con eso un enorme sistema
de neo clientelismo que favorece de manera asistencial a algunos
sectores claves, amortiguando su potencial disruptivo, y favoreciendo de
manera progresivamente millonaria a la escala de operadores sociales
que administran la contención.
No se trata de analizar, en estos
miles y miles de casos, la moralidad implicada. No se trata tanto de
denunciar la corrupción en términos morales. El asunto es directamente
político. Se trata de una corrupción de contenido y finalidad
específicamente política. El asunto es el efecto por un lado sobre el
conjunto de la sociedad y por otro lado sobre las perspectivas de cambio
social. Por un lado el Estado disimula el desempleo estructural, debida
a la enorme productividad de los medios altamente tecnológicos a través
de una progresiva estupidización del empleo (empleo que sólo existe
para que haya capacidad de compra, capacidad que sólo se busca para
mantener el sistema de mercado), por otro lado se establece un sistema
de dependencias clientelísticas en el empleo, que obligan a los
“beneficiados” a mantenerlo políticamente.
Los afectados directos
son las enormes masas de pobres absolutos, a los que los recursos del
Estado simplemente no llegan, o llegan sólo a través del
condicionamiento político. Los “beneficiados”, junto al gran capital,
son la enorme masa de funcionarios que desde todas las estructuras del
Estado, desde las Universidades y consultoras, desde las ONG y los
equipos formados para concursar eternamente proyectos y más proyectos,
renuncian a la política radical para dedicarse a administrar, a
representar al Estado ante el pueblo segmentado en enclaves de
necesidades puntuales, para dedicarse a repartir lo que es escaso
justamente porque ellos mismos lo consumen, dedicarse a contener para
que no desaparezca justamente su función de contener.
O, si se
quiere un dato más cuantitativo: en este país, que es uno de los
campeones mundiales en el intento de reducir el gasto del Estado, y
después de treinta años de reducciones exitosas, el 35% del PIB lo gasta
el Estado. La tercera parte de todo los que se produce. El Estado sigue
siendo el principal empleador, el principal banquero, el principal
poder comprador. El Estado se mantiene como guardián poderoso para pagar
las ineficacias, aventuras y torpezas del gran capital, y para hacerse
pagar a sí mismo, masivamente, política y económicamente, por esa
función.
Reorientar drásticamente el gasto del Estado hacia los
usuarios directos, reduciendo drásticamente el empleo clientelístico de
sus administradores, y reconvirtiéndolo en empleo productivo directo. No
se trata de si tener un Estado más o menos grande. La discusión
concreta es el contenido: grande en qué, reducido en qué. Menos
funcionarios, más empleo productivo. Manejo central de los recursos
naturales y servicios estratégicos. Manejo absolutamente descentralizado
de los servicios directos, de los que los ciudadanos pueden manejar por
sí mismos, sin expertos que los administren. Lo que está en juego en
esto no es sólo el problema de fondo de una redistribución más justa de
la riqueza producida por todos. Está en juego también la propia
viabilidad de la izquierda, convertida hoy, en muchas de sus
expresiones, en parte de la maquinaria de administración y contención
que perpetúa al régimen dominante.
Tengo que decir que una buena
parte de estas tesis, que he trabajado desde hace bastante tiempo, y que
resumen de manera simple lo que muchos otros intelectuales han pensado y
trabajado también desde hace mucho tiempo, me resultaron urgentes en
medio de la siguiente escena, que se dio en el marco de la conmemoración
oficial de los 100 años de la matanza de la Escuela Santa María de
Iquique: el Quilapayún francés cantándonos y haciéndonos cantar “El
pueblo unido jamás será vencido” desde la misma tribuna en la cual el
Ministro del Interior, Belisario Velasco, había mentido sin pudor
mientras era abucheado sin pausa. La mayor parte de los que lo
abuchearon cantaron con entusiasmo y profunda esperanza esta canción.
Cuando terminaron el Ministro Velasco felicitó calurosamente a
Quilapayún.
Para Consuelo
Editor
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