
LA DESAPARICIÓN DEL NIÑO-LOBO
Por Cristián Vila Riquelme
El Niño-lobo que yo conocí, Vicente Cau Cau, que me llevó tantas veces
en sus brazos cuando yo era una guagua casi recién nacida bajo el parrón
de la casa de piedra de Villalemana, la cual quedaba al lado de una
loma vacía en una calle en descenso llena de grietas insondables (y que
sigue igual: la ya legendaria Almirante Neff), y que daba a la Deutsche
Schulle de la ciudad, frente a un vecino alemán melómano inconsolable:
ese niño-lobo que aullaba en las noches de luna llena despertando el
apetito salvaje de los perros del vecindario que aullaban igual y que
jugaba con nosotros haciendo del cuco, con los ojos blancos y en cuatro
patas, ha desparecido. Sí. Ha desaparecido. Y eso que ya no estamos en
tiempos de dictadura.
Merced de los apetitos y resentimientos de una
“familia” que nunca estuvo con él, Vicente desapareció de Caleta Horcón
más o menos en 1997, donde había fijado sus dominios por allá por 1985,
siendo acogido por una familia oriunda de Campiche con los cuales hacía
y repartía pan, jugaba con los niños y me venía a ver, religiosamente,
todos los 18 de septiembre, día del cumpleaños de mi padre. Como siempre
me preguntaba: ¿va a tener asado tú? ¿con chunchule, longaniza, ubre?
Vicente ayuda a Kisián con el carbón, ‘epué con las carne, el pan
amasao, ¿la ensalada la hace Ximena? Y luego me palmoteaba las espaldas
con una felicidad de niño salvaje que ya nos la quisiéramos nosotros,
niños igual, pero tan civilizados, oh Dios.
De pronto le prohibieron
verme (después de dos programas en la televisión), ir siquiera a
Horcón, caleta que siempre adoró desde el día que se puso a nadar “a lo
perrito” con unas risotadas de pinganilla descubierto en falta. Lo supe
por su propia boca, la última vez que lo vi, de punta en blanco,
impecable, y con una sonrisa de cabro chico que me contagiaba. Feliz
dentro de las prohibiciones: ¡qué más expresión de libertad absoluta que
aquella! La familia de Campiche me dijo que apenas aparezca me lo
envían para acá. Obvio. Tenemos una relación demasiado cercana y no sólo
porque escribí una novela (delirante) con su vida.
De esa novela
tengo poco que decir, salvo que la escribí con cariño, homenajeando a mi
tía Berta Riquelme y a Vicente Cau Cau, (amén de los “indios” de
América latina) quien, este último, no es quien la gente cree: alguien
medianamente incapaz. No. Vicente siempre se las ha podido solo donde le
toque estar. Si no, los que no creen, que sólo me respondan ¿habrían
ustedes sobrevivido siquiera dos días en medio de pumas, insectos
ponzoñosos, hambre, nostalgia, selva cerrada, frío, lluvia, viento y,
sobre todo, soledad?
Crónica escrita en 2007.-
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