
LA CARTA DEL ERRANTE DE GODOFREDO IOMMI
Sergio Madrid Sielfeld
Diego
Maquieira me decía una vez que Godofredo Iommi era una especie de mago
que podía hacer aparecer en cualquier momento un conejo de su sombrero.
Como esa, me han llegado a lo largo de los años diversas estampas del
poeta, todas ellas muy fragmentadas y esporádicas. Yo, que no tuve el
honor de conocerlo realmente, de no ser por una visita que le hice con
mis amigos de la Retaguardia de La Vanguardia en 1992, y de haberlo
divisado en 1993 en la misa funeraria de Juan Luís Martínez, mantengo
consecuentemente una imagen muy distante respecto a su figura, su
poesía, y su importancia. Por lo demás, si bien dos o tres personas que
he admirado en mi vida se formaron con él, nunca he sentido una deuda
hacia su poesía; por el contrario, siempre me pareció sospechosa una
obra enclaustrada en una Escuela que vista desde adentro es abierta,
pero que poco o nada ha tenido de secularización. Siempre he sido de la
idea de que el conocimiento depositado en las universidades, debe
secularizarse, por así decirlo, salir a la calle, a la sociedad toda. La
poesía, y la poética de Godo, por diversas circunstancias, se vió en
cambio escindida de toda la poesía, grande y pequeña, de Chile (y
también de Argentina). Un reciente homenaje que se le hizo en La
Sebastiana, organizado por el Instituto de Arte PUCV, que él mismo fundó
y luego abandonó tras disputas del todo olvidables, nos ha servido para
leer y releer —y a otros recordar— a Godo. Un primer paso tal vez para
situarlo donde sin duda se merece.
Los textos de Godofredo Iommi se
encuentran en la biblioteca de la Universidad Católica de Valparaíso.
Muchos de ellos, se hallan también en Internet. Su poesía, demasiado
abstracta para el gusto actual, demasiado fiel a ese alejamiento entre
palabra y significado como signo de la modernidad, no resta nada a su
obra en prosa, que sí nos concierne, y que puede resultar urgente en más
de un aspecto. Asistimos ante un poeta que es portador de la vanguardia
en los años sesenta, de una vanguardia por demás distinta a la de
Huidobro, quien tenía como objetivo el poema, es decir, la literatura (o
la obra de arte). Los postulados que desarrolla Iommi en La Carta del
Errante (1963), en cambio, buscan superar esa distancia entre la palabra
y el significado, dando paso al acercamiento de la poesía y la vida. De
esta manera, Iommi retoma uno de los aspectos más radicales de las
vanguardias históricas, tales como el Futurismo (1909), el Dadá (1918) y
el Surrealismo (1924), y se acerca, probablemente sin saberlo, a
ciertas radicalizaciones situacionistas de Guy Debord, que consisten en
abandonar la obra de arte, tal como decía Vaché, “esa cadena que retiene
al alma después de la muerte”. Debord, en los años sesenta planteaba
cosas como esta: el error de Dadá consistió en querer destruir el arte,
sin realizarlo; el error de los surrealistas consistió en querer
realizar el arte sin destruirlo; por eso, dice, la urgencia de destruir
el arte, para realizarlo. Donde ‘realizar’ debe ser entendido como
‘realización en la vida’. Y donde esa realización es un anti-arte, como
lo llama Iommi. La poesía no está hecha para ser interpretada desde el
poema, sino para ser vivida. Estos presupuestos de la vanguardia, los
encarna Iommi, para quien el poeta es “portador de fiesta”, instancia de
esa realización poética de la vida. Por supuesto, el lugar y la fórmula
de esa realización difiere de movimiento en movimiento vanguardista,
pero en todos ellos se trata de una fórmula liberadora del hombre
respecto de la enajenación y la explotación del hombre por el hombre, y
ese lugar es siempre el territorio del hombre libre cuyos signos
inauguran permanentemente un encontrarse con la intensidad de lo nuevo.
La fiesta en Iommi es la síntesis ritual de ese re-encantamiento. Al
mismo tiempo, es la resolución de esa vieja querella entre poesía y
realidad.
A continuación transcribo algunas frases, para que sea Iommi quien hable finalmente:
“Cara
a cara del mundo constituido, el poeta se encuentra en otro lugar. Me
explico. El no puede, y no debe tener en cuenta ni los favores ni los
obstáculos que el mundo pueda significarle. Surge tal como es en su
medio. Este es su deber y su destino. No se ocupa de ser o de llegar a
ser un rebelde. El no lo es, puesto que lo es obligatoriamente desde el
punto de vista de las convenciones establecidas. Pero no combate,
estando vencido de antemano; su tortura es su poesía, su fiesta, y de
ningún modo la lucha más o menos eficaz para cambiar el mundo. No se
rebela contra nada. Obedece al acto que lleva en sí y hace, en el mundo,
la fiesta de la condición humana.”
“He visto al poeta que muestra el
mundo porque él se desnuda. Su acto revela el paisaje, las gentes, las
relaciones de hombres y cosas. Portador de fiesta, él es portador de
probabilidades porque, con su presencia desencadena relaciones
imprevistas y provoca la participación activa en los Juegos a fin de dar
cumplimiento a lo que nos fue dicho: "La poesía debe ser hecha por
todos. Y no por uno". Y puesto que su acto es libre de toda dependencia
al mundo, es siempre el regalo, presente poético que conmueve y
consuela. El soporta la alienación del hombre contra sí mismo.”
“La
poesía en acto surge y se inserta verdaderamente en la realidad. Desvela
la posibilidad que funda toda existencia efectiva y al mismo tiempo se
hace acto en el mundo. He visto entonces al poeta salir de la
literatura, sobrepasar el poema, y aun, abandonar la escritura.”
He
transcrito estos fragmentos, entre muchos otros igualmente
significativos, con cierta arbitrariedad, tal como seguramente Godofredo
Iommi hubiera querido. Como fuere, y para terminar, deseo subrayar el
carácter ético que traen consigo los postulados de la vanguardia
artística, tal cual el “laúd constelado porta el sol negro de la
melancolía”; y el carácter nómada de esa ética: "Volvamos a Confucio, a
Buda, a Sócrates, a Jesucristo, moralistas que andaban por los pueblos
padeciendo hambre!".
Crónica escrita en 2007.-
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