jueves, 18 de abril de 2024

Nostalgias y lamentos: epígonos argentinos de Jorge Manrique

 Fuente:

Nostalgias y lamentos: epígonos argentinos de Jorge Manrique, por Fernando Sorrentino (letralia.com)





 domingo 14 de abril de 2024
“¿Dónde estarán aquellos que pasaron, / dejando a la epopeya un episodio, / una fábula al tiempo, y que sin odio, / lucro o pasión de amor se acuchillaron?”, escribió Jorge Luis Borges en el poema “El tango”.

Las admirables Coplas por la muerte de su padre (1476), de Jorge Manrique (1440-1479), constan de cuarenta estrofas. Los primeros seis versos de la decimosexta suelen citarse como paradigma del tópico literario denominado ubi sunt (“¿Dónde están?”), consistente en evocar con nostalgia hechos o personas del pasado que han dejado de existir:

¿Qué se hizo el rey don Juan?1
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
que trujeron?

El final de la estrofa siguiente recuerda el brillo y la gracia que se imponían en aquella corte:

¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas2
que traían?

Hasta aquí Manrique en el siglo XV y en España.

Sin embargo, no resulta difícil advertir manifestaciones del ubi sunt en algunas composiciones de las letras argentinas. Doy por sentado que ha de haber muchísimas, pero las que ahora acuden a mi memoria son las siguientes.

 

José Hernández (1834-1886)

En El gaucho Martín Fierro (1872):

Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer…
Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días (II:133-138).

A partir de esta sextina y hasta el verso 252 se extiende la melancólica descripción de la vida feliz que llevaban los gauchos en aquella época (que, según creo, es la del gobierno de Rosas):

Venia3 la carne con cuero,
la sabrosa carbonada,
mazamorra bien pisada,
los pasteles y el güen vino…
Pero ha querido el destino
que todo aquello acabara (II:247-252).

En la segunda estrofa del canto III ratifica lo expuesto largamente en el canto anterior:

Sosegao vivia4 en mi rancho
como el pájaro en su nido;
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao… (III:295-298).

Y termina con la reflexión que define exactamente la esencia del ubi sunt:

Sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido (III:299-300).

 

Olegario Víctor Andrade (1839-1882)

En el agradable romance “La vuelta al hogar” verifica que, por fortuna, nada ha cambiado en su antiguo hogar. Es un ubi sunt al revés: celebra que no se hayan producido cambios:

Todo está como era entonces:
la casa, la calle, el río,
los árboles con sus hojas
y las ramas con sus nidos.

Tras este promisorio comienzo se extiende una profusa y detallada descripción del lugar, hasta que el poeta lamenta, bastante lóbrego, la pérdida de su juventud:

Hoy vuelve el niño, hecho hombre,
no ya contento y tranquilo,
con arrugas en la frente
y el cabello emblanquecido.

Concluye exponiendo el contraste entre la noble perduración de su antiguo hogar,

¡Ah!, todo está como entonces,

y las modificaciones, de índole tremendista, experimentadas en su persona:

Sólo el niño se ha vuelto hombre,
¡y el hombre tanto ha sufrido,
que apenas trae en el alma
la soledad del vacío!

 

Rafael Obligado (1851-1920)

Mucho más diestro y rico en calidad poética que Andrade, no se privó Obligado de expresar algunos lamentos sobre lo borrado por el paso de los años.

Así, en “Las quintas de mi tiempo” (1885) empieza con una comparación doliente (“¡ay, dolor!”) sobre el presente y el pasado:

Éstos, Fabio, ¡ay, dolor!, que ves ahora,5
jardines sabiamente dibujados,
fueron un tiempo rústicos cercados
de enhiesta pita y suculenta mora.

Y aquellas que allí ves altas mansiones
de mil primores llenas, antes fueron
modestas granjas donde en paz latieron
más nobles y sencillos corazones.

Y, a mitad del camino del poema, incluye esta nostalgia:

¡Oh, campestres paseos! ¡Oh, manjares
jamás llorados cual se debe ahora!
¡Oh, sencillez antigua y bienhechora,
salud un tiempo de los patrios lares!

Veamos ahora algunos casos en el siglo XX.

 

Jorge Luis Borges (1899-1986)

Su poema “El tango” (1958) empieza con la fórmula clásica del ubi sunt (“¿Dónde estarán?”):

¿Dónde estarán?, pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera
ser el Hoy, el Aún y el Todavía.

¿Dónde estará (repito) el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Tales preguntas obtienen la exacta respuesta:

Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.

 

Letristas de tangos

No los míticos cuchilleros de Borges, pero sí algunos letristas han convocado, acaso sin saberlo, a los manes del ubi sunt en más de un tango con remembranzas. He aquí tres, prácticamente coetáneos, que presento en orden cronológico.

 

1

La muy bella melodía que compusieron Pedro Maffia y Pedro Laurenz para la letra de “Amurado” (1926), de José De Grandis (1888-1932), ubicó a ese tango, desde siempre, en la categoría de mis predilectos, a pesar de ciertas incoherencias de sus versos.

Los hechos:

Campaneo a mi catrera y la encuentro desolada.
Sólo tengo de recuerdo el cuadrito que está ahí,
pilchas viejas, unas flores y mi alma atormentada…
Eso es todo lo que queda desde que se fue de aquí.6

Lo cierto es que la dama “arregló su bagayito y amurado” lo dejó, abandonando para siempre el compartido “bulincito”: tal la pérdida que ha de ser llorada.

En las quejas hay, al menos, un razonamiento extraño, pues, psicosomático, parece adjudicar a la tristeza el origen de sus canas:

¡Si me viera! ¡Estoy tan viejo!
¡Tengo blanca la cabeza!
¿Será acaso la tristeza
de mi negra soledad?

Y, más adelante, la conciencia del lúgubre presente al recordar el pasado venturoso:

Si me faltan sus caricias, sus consuelos, sus ternuras,
¿qué me quedará a mis años, si mi vida está en su amor?
¡Cuántas noches voy vagando, angustiado, silencioso,
recordando mi pasado, con mi amiga la ilusión…!

 

2

El frecuentemente hiperbólico y apocalíptico Enrique Santos Discépolo (1901-1951), en su tango (letra y música) “Esta noche me emborracho” (1928), empieza por describir, con pluma entre trágica y satírica, el actual estado de una mujer:

Sola, fané, descangallada,
[…]
flaca, dos cuartas de cogote,
y una percha en el escote
bajo la nuez;
chueca, vestida de pebeta,
teñida y coqueteando
su desnudez…
¡Parecía un gallo desplumao,
mostrando al compadrear
el cuero picoteao!

Tras tan esperpéntico retrato, adviene una ristra de lamentos, de la que sólo reproduciré el primero, contundente síntesis de su estado de ánimo:

¡Y pensar que hace diez años
fue mi locura!

 

3

El tango “Uno y uno” (1929) tiene música de Julio Pollero. La letra pertenece a Lorenzo Juan Traverso (1897-1952), quien optó por los reproches de un ubi sunt burlesco.

Se dirige a un sujeto innominado, que deducimos otrora “triunfador”, describiendo su calamitoso estado actual:

Se te dio vuelta la taba;
hoy andás hecho un andrajo.
Has descendido tan bajo
que ni bolilla te dan.

A continuación vienen veinticuatro versos netamente ubisuntianos, que sirven para describir algunos de los ostentosos rasgos que, en épocas anteriores, adornaban al personaje. Me limito a reproducir los primeros ocho:

¿Qué quedó de aquel jailefe
que, en el juego del amor,
decía siempre: “Mucha efe
me tengo pa’ tallador”?
¿Dónde están aquellos brillos
y de vento aquel pacoy,
que diqueabas, poligrillo,
con las minas del convoy?

Me ha resultado especialmente graciosa la evocación del individuo en el acto de ufanarse, ante las chicas del conventillo, mediante la exhibición de anillos y dinero. No es sólo por este hallazgo que “Uno y uno” integra la nómina de mis tangos favoritos.7

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